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📌La Suegra📌



Una tediosa visita a la suegra dará un vuelco total


Cuando me levanté aquella mañana con una buena resaca, ni por asomo me podía imaginar lo que pasaría en unas horas. Mi novia estaba todavía dormida, envuelta en las sabanas que, por supuesto, me robó en el sigilo de la noche.

Recuperé mi parte de manta de inmediato, porque la verdad, la noche fue fría y pese a que el sol ya alumbraba las calles, al calor no se le esperaba en mitad del invierno. No tardé en levantarme, el hurto de las sabanas me dejó el cuerpo helado y me desveló por completo, además que volver a coger el sueño siempre se me ha antojado complicado. Tiré por lo más sencillo, empezar el día.

Apenas pude desayunar y en cuanto acabé, me metí en la ducha, queriendo que ese pequeño mareo que rondaba mi cabeza se disipase con el agua caliente. Me bajó un poco el dolor de cabeza, aunque mis ganas de vomitar todavía seguían presentes. Por lo que cogí una botella de agua del fondo de la nevera, donde anida ese hielo que viene y va, y me fui al sofá. Lo importante era mantener la horizontalidad de mi cuerpo, la verticalidad no era lo mío.

Viendo la tele, me acordé del “plan” que acordé con mi novia. Bufé con ganas por la pereza que me suscitaba, pero tenía que hacerlo, era un favor para Miren y… la amo con locura. Me había pedido que fuera a por sus cosas a casa de sus padres y el día anterior, le había dicho a mi suegra que a la tarde me iba a pasar.

No tenía nada en su contra, solo que entre mi novia y sus padres, había un mal rollo latente que venía desde muy atrás. Desde los comienzos de nuestra relación pregunté por la tensión que era palpable entre ellos y que se rompió en su totalidad unos meses atrás, pero ella me decía que no le gustaba hablar de ello. Respetaba su opinión y no incidía más, tendría sus motivos para no contármelo, y conociendo a sus padres… no me extraña que tenga la razón.

Mis suegros son dos personas bastante normales, al menos de cara a la galería. Rondan los sesenta años, en verdad no sé muy bien en que año han nacido, pero bueno, es para hacer una aproximación, sé que él, los supera y mi suegra todavía no, nada más.

Pedro es un hombre educado, al menos siempre que he estado delante, pero… hay cosas que no se pueden esconder y se nota que finge que su verdadera personalidad, no es esa. De primera mano, no he visto que tratase a su mujer de forma despectiva, aunque ahora que las cosas están así, entre Miren y sus padres, he escuchado cosas raras por parte de su familia.

El caso es que se ve a la legua que es un hombre machista y chapado a la antigua, añadido que tiene ciertos problemas con la bebida. Su mujer, Luci, que no viene de Lucia, sino de Luciana, es una mujer… pues, sinceramente, con verla una vez te puedes hacer una idea que su sumisión la hace estar a merced de su marido. Cuando hemos estado sin Pedro cerca, es una persona totalmente diferente, pero cuando están juntos, el cambio es notorio.

No quiero irme por las ramas, porque la historia es bastante breve, y llegada la tarde, me introduje en el coche, a la par que meditaba el mal momento en el que la dije que lo haría. Además… sabiendo la resaca que iba a tener, tonterías que hace uno por amor.

Con suerte, aparqué a la primera cerca del portal de mis suegros. Lo último que me apetecía era seguir dando vueltas mientras el frío se metía dentro del vehículo, en esos momentos como añoraba el aire acondicionado del coche de mi padre.

Estaba allí, delante de la gran puerta del portal y sin ninguna gana de atravesarla, pero, tocaba subir y hacer frente a lo que fuera. Seguramente, tendría que ver malas caras, tratar de responder dos o tres frases hechas y sufrir un poco… o mucha… incomodidad.

Nadie me contestó al tocar el timbre, lo que sí que traspasó mis oídos, fue el estrepitoso ruido metálico de la puerta al abrirse, al menos, me libraba del frío. Lo único bueno de tener aquel tiempo, que te helaba la sangre, era que la resaca se iba pasando con más presteza y, menos mal, estaba hecho un trapo.

Me monté en el ascensor, un artilugio anticuado que chirrió cuando la puerta se cerró a mi espalda. Empecé a sentirme agobiado y un nudo en el estómago se aferró sobre mi vientre con fuerza. Mientras ascendía por los pisos me vi en una película de terror, subiendo a donde yacía una niña poseída y yo era el cura que iba a practicar el exorcismo, ¡qué mal estaba…!

Tenía claro que alguna conversación me sacarían, aunque fuera por cortesía, lo que no deseaba por nada del mundo era tener que recibir preguntas tediosas sobre la relación que mantenían con su hija. Sobre todo por parte de Pedro, con el cual esperaba ni siquiera tener trato para que el gesto no se me contrajera, no lo soportaba. Aunque cuando me encontré delante de la puerta, sonreí de forma tonta, porque seguro que a mi suegro, poco le importaba como estaba su hija.

Toqué el timbre, un din-don que resonó en toda la casa. Rápido escuché pasos que se acercaban a la puerta, eran cortos y pesados, de una persona que le cuesta vivir. Supe quién me iba a abrir la puerta, antes de que esta se abriera y el rostro apareciera entre el marco y el gran trozo de madera.

—Hola, Mikel. Pasa.

Luci se dio la vuelta sin decir nada más, con la cabeza gacha y dirigiéndose a la cocina donde solía pasarse la gran parte del día. Escuché la televisión de fondo, era la clara pista de donde estaba su marido y también, que, ni de broma, se iba a levantar para saludarme. Mejor para mí, no me apetecía ver su cara de seta.

Me sorprendió llegar a la cocina y no escuchar ninguna pregunta sobre su hija, o que empezara a soltarme frases como que la familia tiene que estar unida o similares, más de abuela que de madre. Se mantuvo en silencio, con los ojos tristes detrás de sus gafas y, por una vez, sentí que una ligera pena empezaba a asomar en mi garganta. Puta resaca.

—Aquí está todo lo que he conseguido encontrar, me parece que no queda nada. —su cara redondeada portaba el rostro de la pena, mucho más que en otras ocasiones, y sus finos labios se apretaron hasta casi desaparecer.

—Bien.

Me cedió la caja que había encima de la mesa, ojeando con rapidez en su interior, vi ropa, libros y artículos varios que Miren deseaba recuperar. Ni recordaba cómo se los pidió, pero seguramente habría sido en una de tantas discusiones que tenían por teléfono, a las que la verdad hacía caso omiso, más que nada por la variedad de gritos.

Miré a Luci, que seguía con la cabeza agachada mirando a la mesa, y haciendo lo mismo de siempre, tratando de que sintiera lástima por ella. Era su fórmula para todo, tratar de dar pena para que todo se arreglase, no comprendía su actitud, eso la valdría con niños pequeños, no con un chico de 26 años y… menos con su hija.

Sin embargo, cuando tengo resaca, me pongo sensible, mal asunto para el momento en el que estábamos. Me quedé por un instante pensativo, queriendo tocar la espalda de aquella mujer y darle una palmada, estaba muy cerca y apenas tenía que mover el brazo, pero no lo hice.

—¿Qué tal estás, Luci? —me salió muy forzado, notándose con descaro que no me apetecía preguntárselo, pese a eso, no hizo ninguna mueca y se decidió a responder.

—Mal, —esperó un segundo para darle más dramatismo— muy mal. Esta situación hace que me ponga muy mala, Mikel. He tenido que ir al médico. Tengo una cosa en el pecho… que no… que no me deja vivir.

Quise decirla lo mismo de siempre, que no era la única que sufría. Miren había llorado mucho por todo lo sucedido, no obstante, sus padres solo veían sus propias narices. Pero de pronto, sucedió algo que no me podía imaginar, tan cerca que estaba de mí, quizá Luci viendo que requería cierto afecto y al estar sola con su marido en casa, me abrazó.

Me quedé con los brazos abiertos y su cabeza tocándome la barbilla, sintiendo que poco a poco empezaba a sollozar. No podía ser cierto, ¡mi suegra estaba llorando en mi pecho! Era la primera ocasión que la veía triste sin querer fingir más de lo necesario. Esta vez, me había equivocado al suponer que todo era un drama.

—No aguanto más esto. —su voz salía entrecortada, queriendo hablar bajo para que su marido no la escuchase. Me surgió la duda de cuál sería motivo de aquella frase, tal vez por la relación con Miren o… ¿Por su marido?

—Tranquila, Luci. —no sabía dónde meterme, solamente hice lo más humano, rodearla con cuidado, como si fuera a romperla con mis brazos y apretarla con sutileza— Al final, todo se arreglará.

Para nada confiaba en ello, pero no le podía decir otra cosa en ese momento, igual se ponía a llorar a lágrima viva y tenía un instante dramático elevado a la máxima potencia. Con ella entre mis brazos, mientras sollozaba lo más bajo posible, únicamente deseaba volver a casa y echarme una siesta para que se me pasara el mal trago.

Sin embargo, algo ocurrió, una cosa que se la tengo que achacar a las últimas porciones de alcohol que todavía recorrían mi cuerpo, y también… al poco sexo que había tenido esa semana… nada. Debo poner esas excusas, porque no le encuentro otra razón lógica, aun así, la realidad es que pasó.

Mi cuerpo empezó a notar los pechos apretados de Luci. Es obvio decir, que nunca los había sentido, ni siquiera mirado y eso que la vi en verano con camisetas cortas, pero era una de las últimas cosas que deseaba mirar en la tierra. Los pechos de una suegra deberían ser sagrados, seguro que Miren opinaba lo mismo.

No obstante, el calor de su cuerpo y esos senor que eran grandes y mullidos a pesar de la edad, me hicieron sentir un cosquilleo en mi entrepierna. Tuve que apartarla de inmediato, eso sí, con cuidado, de forma sutil, para que no se percatara de que la alejaba de mí.

—Bueno, tú estate tranquila, seguro que todo se soluciona, solo se necesita tiempo. El tiempo todo lo cura… —palabras que no me creía y que escupía para que mi erección no aumentase. No funcionó.

Se secó las lágrimas con la manga de una chaqueta vieja, que se la abrochaba hasta casi el cuello, cubriéndola del frío invernal. Me percaté de mi mirada, unos ojos penetrantes que jamás me hubiera imaginado y que se dirigían a su cuerpo, como si me hubieran arrancado los míos y puestos los de cualquier otro.

Era una mujer bajita, como decía un amigo mío, con forma de botijo. Como cualquier mujer de avanzada edad, no se distanciaba mucho a otra de la calle. Más madre que abuela, aunque tampoco estaba muy alejada de esta última.

Y… allí estaba yo, obviando el par de michelines que tendría y fijándome en sus dos pechos que me estaban atrayendo con la gravedad de dos estrellas. Era tan increíble que pensé que estaba soñando que, en cualquier momento, me despertaría al lado de Miren y, tanto la mañana como la tarde, no existirían. Mucho menos ese preciso instante en el que le miraba las grandes tetas a mi suegra, mientras… se me ponía dura.

—¿Así lo crees, Mikel? ¿A Miren se le pasará el enfado?

Estaba seguro que, para mí, su enfado estaba más que infundado y exclusivamente podía bajar la mirada para observar ambos prominentes bultos que estaban dentro de la chaqueta. Noté como la sangre me hervía, en toda mi vida, nunca había tenido tal calentamiento de motores, era exagerado. Estaba poseído por un ánimo sexual, tanto que mi visión sobre Luci había cambiado totalmente, no es que la viera atractiva, pero… los pensamientos eróticos y sexuales… se me amontonaban.

—Mira, Luci… —no sabía muy bien qué decir, mis ojos se cerraron para no seguir mirándola los pechos, al final, se daría cuenta. Apreté con mis dedos los parpados cerrados para quitar esa horrible o… deliciosa imagen— No sé. Dala tiempo… si eso… eh… el tiempo… —eso ya lo había dicho— bueno, eso… que lo habléis… y…

No podía aguantarme las ganas de desnudarla con la mirada, mi cuerpo se había descontrolado y necesitaba un reinicio. Me di media vuelta, apoyando mi trasero en la mesa y notando un calor que me nacía muy dentro de mi cuerpo.

Estaba más caliente que un volcán, ni siquiera me había pasado algo similar junto a Miren, ni en una noche loca con alguna desconocida, y ahora… me estaba pasando con mi suegra. Comprender todo lo que sentía era imposible, y creo que daba igual que mujer hubiera tenido delante, seguramente, mi opinión sería la misma. Pero la que estaba allí, era Luci.

—Me debería marchar.

—¿Estás bien? —su mano tocó mi hombro, acercándose a mí, hasta el punto que su pecho me rozó el brazo. Me moví instintivamente, causando un mayor contacto y sintiendo lo mullido de sus senos. ¡La leche! ¡Qué buenas tetas para su edad…!— ¿Quieres tomarte algo o sentarte?

—No. Estoy bien, gracias. —me pasé la mano por la frente, estaba sudando— Para zanjar el tema, tenéis que hablar, pero solas tú y ella. —una pausa para resistir las ganas de bajar mi visión de nuevo y proseguí— ¿Me entiendes?

Luci lo comprendió a la perfección, ser un ama de casa obstinada y recluida, no le restaba nada de inteligencia. Sabía bien que el mayor obstáculo, era ese ser que había en la sala viendo la televisión sin moverse, cualquier día mutaría y pasaría de ser una persona a un cojín.

La mujer no se movió, seguía a mi lado, con su mano puesta sobre mi cuerpo, sin ningún objetivo aparente, a la par que me acariciaba con ternura. Y de mientras… yo estaba teniendo una erección de caballo que no podía paliar.

Solo pensaba en llegar a casa y decirle a Miren que la iba a montar, que se fuera preparando, porque el sexo que iban a tener sería glorioso. En ese momento, no era un hombre, sino una bestia.

—Me gustaría que hicieras algo por mí.

La voz de Luci me sacó de mis ardientes pensamientos con mi pareja. Aquella frase, obviamente, del todo inocente, la entendí con un sentido erótico que me hizo contraer mis músculos, hasta el punto de temblar. Toda mi lujuria se había encendido de golpe, azuzada por una resaca que nunca había llegado a ponerme a tal extremo.

—Lo que quieras. —me salió de improviso con una garganta atorada. No puedo asegurarlo, pero creo que Luci, atisbó mis intenciones, o al menos, algo se olió. Es que era tan evidente…

—¿Podrías aflojar un poco la tensión? La llamaré, pero quiero que vayas haciéndome el camino. Para que cuando me decida, no sea todo tan frío. Te lo agradecería tanto…

Asentí con la cabeza, todavía con las manos apretando la mesa y un pene que chocaba de forma dura contra el vaquero… debería haberme puesto un chándal. Iba a hacerle ese favor, estaba claro, no tendría ningún impedimento, nada más quería que mi novia estuviera feliz y si pasaba por mediar entre ella y sus padres, lo haría sin ningún tipo de problema.

Sin embargo, aquellas últimas palabras “te lo agradecería tanto” resonaban en mi cabeza como si la mejor de las actrices porno me lo hubiera susurrado al oído. Mi suegra lo dijo en un tono normal, de agradecimiento, pero mientras su mano aún tocaba mi hombro y mi brazo, su pecho, yo lo veía todo de una manera totalmente diferente.

Algo en mi cerebro cambió, durante un segundo, todo fue muy deprisa, aprisionándome las sienes, un dolor que no podía controlar. Se me ocurrió decirla algo, probar de cierta forma a esa mujer que estaba lejos de, únicamente, doblarme la edad. La miré de modo penetrante, desde una posición más elevada, y tras sus gafas, sus grandes ojos azules me mantuvieron la mirada.

Entonces solté una cosa que necesitaba, algo que podría haberme arrepentido al siguiente instante si todo ese lívido volcánico hubiera desaparecido de golpe.

—¿Cómo me lo agradecerías? —murmuré en la solitaria cocina mientras es motor de la nevera sonaba de fondo.

Lo que Luci me había dicho era una frase hecha, algo que no va más allá, pero escuchar ahora esa pregunta la había sorprendido. Seguía mirándome en silencio, al tiempo que la lluvia empezaba a golpear la ventana y esta, se empañaba con lentitud. Muy al fondo, casi como en otro planeta, el sonido de la televisión nos envolvía con un eco lejano. Estábamos solos en la cocina y podría dar la sensación que también en el mundo, pero en la casa había otra persona…

—¿Qué quieres? No entiendo.

Normal que no lo entendiera, pero yo no estaba en situación de que eso pasara, quería que lo comprendiera al momento y no perdiéramos ni un segundo en explicaciones tontas. Estaba muy cachondo.

Pasé mi mano por su cintura con lentitud, mientras ella miraba con los ojos abiertos, lo que sucedía dentro de esa cocina donde había pasado toda su vida. Me acerqué un poco a ella, lo justo para no invadir su espacio vital por completo, que ya ocupaba en parte con mi mano, y de la forma más erótica y confidente que pude, la susurré.

—¿Quieres llevarte bien con tu hija? —asintió mirándome a los ojos. Volví a observarla los pechos, esta vez con demasiado descaro, deleitándome en mi visión— Haré que eso pase. Pero vas a tener que hacer algo por mí. —me relamí los labios, porque una saliva incesante e indecente brotaba de mi boca.

—¿Qué? Dime —que me respondiera en el mismo tono que mi susurro me hizo explotar la cabeza.

En ese momento, me volví loco, sabía que Luci lo que más quería era hablar de nuevo con su hija, pero por culpa de su marido, no podía. Algo que nunca me habría imaginado, comenzó a brotar de mi mente, llegando a mi garganta y antes de escupirlo, me acerqué a su oreja mientras con mi mano la sujetaba de la cintura con más fuerza.

—Si quieres que consiga que te lleves bien con tu hija… —mi aire caliente golpeaba su oreja haciéndola temblar. Lo noté— Vas… vas a tener que… chuparme la polla.

Dio un paso atrás, asustada o impresionada, no lo sé muy bien, pero seguro que tamaña petición, que era digna del mayor de los depravados, la dejó sin respiración. Fueron dos segundos de silencio absoluto, donde ambos nos mirábamos mientras el motor de la nevera seguía su incesante sonido.

Creo que se quedó en blanco, totalmente en shock, por lo que su yerno de 26 años le propuso con su marido a unos metros de distancia. Yo, en cambio, estaba muy seguro, no parecía que estuviera de resaca, me daba la sensación de que me encontraba puesto hasta arriba con la droga más dura, no me reconocía.

Mi mente, perversa hasta la saciedad, sabía que Miren no se enteraría nunca, estaba enfadada con sus padres, si le decían que semejante historia había ocurrido, simplemente no les creería. Antes juzgaría a su querido novio, que tanto la cuidaba, de forma positiva. Lo tenía más que claro y bueno… ¿Quién se iba a tragar que le había pedido eso a mi suegra? Tenía las cartas a mi favor y mi loca cabeza lo sabía.

Hubo duda y cierta reticencia por parte de Luci, no se movía, pero podía leer esa incredulidad en sus ojos. Seguía muy cerca de mí, tanto que podía ver como su pecho subía y bajaba, ¡joder, es que eran enormes! Y cada vez que se movían mi pene zumbaba poseído.

Me di cuenta de que allí nadie se iba a mover, que me iría con el calentón y que, seguramente, me tuviera que hacer una paja en el coche debido al ardor de mi entrepierna. Nunca lo había hecho, ni se me hubiera ocurrido machacármela en mi viejo vehículo, pero ahora… era el sitio más adecuado del planeta para desfogarme.

Pero no me iba a ir sin decidir algo con Luci, por lo que eché mis cartas. Mientras ella seguía en silencio, con los ojos abiertos y sus labios separados para dejar entrar aire a sus pulmones, me llevé las manos a los pantalones. Con un movimiento rápido, mientras el frío seguía golpeando fuera, me saqué un pene duro como el acero y caliente como el sol.

Hacía mucho que no la tenía tan dura, ni siquiera esas primeras veces con Miren, donde la pasión nos desbordaba, y eso que mi novia me gusta a rabiar, pero eso… era otra cosa. Me fijé en el músculo tan tieso, con todas sus venas marcadas y sin ningún pelo. No obstante, más me gustó ver como Luci posaba sus preciosos ojos en mi bestia y… no se decidía a retirar la vista.

Era el momento, parecía hipnotizada, no por el tamaño y grosor, que está muy bien, aunque no es lo más adecuado que lo diga yo. Su petrificación era por la acción en sí, por tener delante a su yerno con la polla fuera de sus pantalones y más dura que el palo de su escoba.

—Ya la tengo lista. —ella me miró sin decir nada, tenía que azuzarla para que comenzase. Tenía la mecha prendida, podía sentirlo, por lo que soplé un poco esa llama para avivarla— Empieza antes de que Pedro se dé cuenta.

Se movió como un resorte, impulsada por escuchar el nombre de su marido. Se colocó delante de mí, con las manos bien pegadas a su cuerpo y sin saber qué hacer. Estaba tan paralizada que no entendía la situación, en cambio, yo sabía muy bien lo que tenía que hacer.

—Luci, agáchate. —la insté con premura— Va a ser rápido, estoy muy caliente.

—Vale.

Fue algo que me sorprendió incluso en mi estado. A la mujer se la veía decidida, mientras que yo pensaba que, en cualquier momento, se echaría atrás y tendría que saciar mis penas en el coche. No obstante, allí estaba mi suegra, arrodillándose delante de mí en medio de la cocina.

La espera no fue ni eterna, ni tediosa, de un momento a otro, me miró desde su punto más bajo. Estaba de rodillas, con su trasero apoyado en los talones y las manos en sus fornidos muslos como una geisha japonesa. Nuestros ojos se cruzaron y con estos, la dije que empezase, no teníamos mucho tiempo.

Mi suegra abrió la boca y un rayo de cordura pasó por mi mente, preguntándome sobre lo que estaba haciendo con Luci, si no me gustaba nada… ni siquiera me ponía. Pero ahí estaba, de pie, con el pene más duro que nunca tuve y mi suegra arrodillada con la boca abierta. No esperé a que ella moviera el cuello, viendo que sus labios dibujaban un círculo por el que mi polla podría caber, moví mi cadera insertándolo en su boca.

Cuando Luci succionó por primera vez la punta de pene, casi me desmayo. La mano me falló en el agarre de la mesa y convulsioné desde la punta de los pies hasta mi cabello. Estaba demasiado cachondo como para soportar algo como eso. La mujer me miraba, sin parar de mover la cabeza, similar a una gallina picoteando los granos, y yo, entrecerrando los ojos por el placer, trataba de no perderme nada.

El movimiento no era para nada erótico, pero su lengua estaba haciendo un trabajo delicioso, me dio la sensación de que una serpiente húmeda se enroscaba en mi polla y la sorbía sin parar. Vi como una gota de su saliva, comenzó a manar por la comisura de la boca, recorriendo la barbilla hasta caer de forma ardiente en su chaqueta. Supe lo que quería.

—¡Ábrete la cremallera de la chaqueta! —se me salió un poco de saliva al hablar, parecía un perro con la rabia, ansioso por morder a mi víctima.

Luci no dejó de mamármela. Con el prepucio en la boca, llevó sus manos a la cremallera y abrió la prenda dejando al aire una camiseta. Esta era fina, una que usaba para dormir en verano y que había visto en muchas ocasiones. Era de tirantes y no poseía mangas, estaba tintada de varios colores, pero lo que más me importaba era que le quedaba ancha y tenía un escote de vértigo.

Según se la abrió, pude ver un sujetador morado que sostenida sus mamas. Se veían gordas y jugosas, como dos nubes repletas de algodón. Seguramente estarían algo caídas, pero para su edad, las vi perfectas.

—¡Menudas tetas tienes, suegra! —murmuré como un completo salido.

Me salió del alma, con un placer que me hacía tensar hasta el músculo más pequeño de mi cuerpo. No pude resistirlo más, había pasado un minuto de mamada, mientras que sus pechos se mecían de adelante para atrás con el movimiento de cuello. Me iba a correr, la primera vez que lo hacía tan rápido.

Ya no me importaba el gélido tiempo del exterior, o el sonido de la televisión, que me avisaba de que no estábamos solos en la casa. Exclusivamente me interesaba la mujer que tenía mi pene en su boca y mostraba un escote precioso.

Todo había sido muy automático, como si Luci fuera un robot sexual que me la chupaba de acuerdo a todos sus protocolos. Pero no importaba, allí estaba mi semen, en la punta, mientras mi suegra seguía succionando para sacármelo todo como si fuera veneno.

—Bueno, esto acaba… me voy a correr, bien corrido. ¡Prepárate!

Saqué mi polla de su boca, sujetando con fuerza aquel mandoble y dirigiéndolo a sus tetas que seguían a la vista. Luci no se movió, únicamente se limitó a limpiarse los pocos líquidos que habían brotado de mi pene antes de eyacular y que se querían escapar de su boca.

Con una mano me aferré a la mesa y con la otra me masturbé con fuerza para sacarlo todo… y vaya si salió. Cuatro enormes chorros mancharon el escote de mi suegra con fuerza, hasta el punto que de ellos brotaba un pequeño hilo de vapor debido al contraste de temperatura.

Tuve que contener el grito de placer que me nacía desde los genitales, agarrando todavía más fuerte la mesa y mirando cómo dejé a mi suegra. Con mi pene, soportando aún la erección pese a la corrida, Lucí lo volvió a meter en su boca, sin tocarlo con otra cosa que no fueran sus labios, sus manos seguían sin moverse de los muslos. En el único momento en que cambió su postura, fue para abrirse la chaqueta debido a mi petición.

Me la limpió con destreza, mientras me derretía por todos los poros de mi piel y esa sensación de loca lujuria, paulatinamente se iba desvaneciendo. Como última demostración de la extrema concentración de mi erotismo, me salió del corazón confesarla una cosa.

—¡Qué bien la chupas!

Se levantó sin decirme nada, con una mueca que describía cierta felicidad, no entendí a que se debía. Me la guardé con velocidad, empezando a notar como esa niebla perversa se disipaba y dándome cuenta de lo que había hecho.

Sin embargo, peor fue no escuchar el ruido de la tele, sumado a unos pasos que se acercaban por el pasillo. Pedro se había levantado del sofá, su territorio, y se dirigía a la cocina, quizá hubiera escuchado algo.

Cuando apareció por la puerta me dispuse a recoger la caja de mi novia. Las piernas me temblaron y me temí que me caería allí mismo. Mi suegro me saludó con un gesto casi nulo de cabeza y miró a su mujer que le daba la espalda, contemplando el clima por la ventana.

—Luci, ¿qué hay de comer? —su tono en casa siempre era hosco, nada nuevo.

—Ahora hago algo, que con la visita de Mikel, me he descolocado. —siguió de cara a la ventana.

—Pues venga, rápido. Tengo hambre.

Mientras el hombre marchaba de nuevo a descansar su culo, ella se quedó mirando el golpeteo de la lluvia en la ventana, aprovechando para esconder de Pedro el semen caliente que todavía humeaba en su escote. Me fui de aquella casa sin decir nada, ni siquiera una mirada a mi suegra, que seguía junto al cristal cuando salí de la cocina.

****

Cuando llegué a mi hogar, cumplí con mi palabra e intenté acercar posturas, pero Miren parecía encerrada en su idea y tenía por seguro que no iba a cambiar de opinión. Lo intenté, es cierto, aunque para la noche ya había desistido, no había nada que rascar.

Sin embargo, la historia no termina ahí, sino que es el inicio de mi vida actual. Todo siguió la misma tónica hasta un mes después del… “Suceso”. Apenas recordaba todo aquello, era una pequeña nube de polvo en mi mente, algo que no me podía creer que hubiera pasado y que, con el tiempo, estaba seguro de que se me olvidaría. Sería un sueño, nada más que eso y… tan extraño como placentero.

Una tarde sonó el timbre del portero, solamente lo habíamos escuchado unas cuantas veces desde que vivíamos allí y los dos saltamos del sofá al momento. Me resultó raro, demasiado raro…

—Deja. Será propaganda o el cartero, no te levantes. Llamará a otro.

Cierto que era un jueves por la tarde y mis padres me hubieran avisado de que vendrían de visita, no podía ser nadie importante. Sin embargo, en menos de tres minutos, el timbre volvió a sonar, esta vez el de la puerta.

 En esa ocasión, sí que me levanté, no asustado, pero con cierta intriga, puesto que no tenía la menor idea de quién podía ser. Fui a la puerta, abriéndola en pijama y bata sin mirar antes por la mirilla, tal vez debiera haberlo hecho, pese a que… no hubiera cambiado nada.

—Hola, Mikel. ¿Miren está en casa?

Era Luci la que se había presentado en nuestra puerta, relativamente mojada y con el paraguas chorreando en su mano. Me quedé de piedra, prácticamente sin habla, esperando que todo fuera una tomadura de pelo.

Por un segundo estuve quieto, sin decir nada, ante la atenta mirada de mi suegra que, tras sus gafas, ni siquiera pestañeaba. La primera imagen que me vino a la mente fue una que yacía apartada en lo más profundo de mi cerebro. Aunque el recuerdo se hacía más nítido a cada milésima, Luci de rodillas… en su cocina… chupándomela con excesivas ganas.

Mi cabeza dio infinidad de vueltas, imaginándome que vendría a destapar todo lo ocurrido en su casa y que yo había tratado de olvidar sin mucho éxito. Sin embargo, tenía las bazas en mi mano, debido a la relación con su hija podría aducir a mentiras, además la misma pregunta que entonces volaba por mi mente… ¿Cómo iba a querer yo algo con esa mujer?

Me separé de la puerta, alargando el brazo y señalando con un dedo tembloroso la sala. Allí entró Luci, pasándome el paraguas y con el paso lento de sus cortas piernas, se dirigió a la sala. No sé cómo fue la reacción de Miren, cuando llegué ya estaban la una frente a la otra, solo escuché como le decía.

—Hija, he venido porque ha pasado algo y te lo debo contar.

Tengo que ser sincero, me cagué de miedo. A nadie le gusta que le cojan en una infidelidad y mucho menos a mí, por lo que hice lo más sensato. Me acerqué a ellas, que apenas se daban cuenta de mi presencia y las dije.

—Voy a dar una vuelta y os dejo hablar tranquilas.

No me respondió ninguna de las mujeres. Me vestí mientras mi novia le llevaba una tila a su madre, que se la veía visiblemente nerviosa, y salí por la puerta con el paraguas en la mano. No quería estar allí cuando explotara la bomba, ya capearía el temporal cuando volviera… si es que volvía, porque tenía unas ganas enormes de montarme en el primer avión que saliera a la otra parte del mundo.

Deambulé bajo la lluvia, mientras daba una y otra vez vueltas a las respuestas que tendría que dar, aunque pocas me salían, solo la negación sobre las “mentiras” de Luci. Pasada más de media hora, estaba helado y con los pantalones comenzándose a calar, por lo que no aguantaba más, prefería morir por infiel que de congelación.

Subí a mi casa, abriendo con miedo la puerta, mientras las llaves tintineaban en mi mano como un sonajero. Cuando entré, me sorprendió escuchar una cosa, el llanto de una mujer. ¡Ya estaba…! Mi novia lo sabía y me iba a dejar, aunque mejor eso que matarme.

Caminé por la casa como un perro con las orejas agachadas, llegando a la sala donde la luz del techo era la única que brillaba en la casa. Asomé la cabeza con temor a que me arrojasen algo y me dejaran tonto para el resto de mi vida, pero… no era como lo esperaba.

Mi suegra estaba en los brazos de mi novia, llorando y compungida por algo de lo cual no tenía conocimiento. Miren me vio, haciéndome un movimiento de cabeza para que no entrase y que me fuera al cuarto, tenía cara de pena, no me gustó, aunque prefería eso a que me demostrase ira con la mirada. ¿Me había salvado?

Al de un rato de estar encerrado en mi cuarto, tratando de escuchar a las dos mujeres hablar a hurtadillas detrás de la puerta, desistí. Era imposible, el sonido de la televisión se mezclaba con la conversación y no entendía nada, lo adecuado era esperar.

Estuve tumbado un buen rato en la cama, viendo videos con mi móvil sin pensar en nada, pero temblando como un flan en plena disputa de dos niños. Hasta que Miren tocó a la puerta.

—Mikel, sal.

Obedecí al momento, creo que en parte por esa culpa que aún me anegaba. No obstante, mi querida novia no lo dijo con maldad, sino con un leve atisbo de pena que anidaba en su garganta.

Recorrí los pocos metros hasta la sala, donde mi suegra esperaba sentada con una nueva taza de tila en la mano y viendo la televisión para entretenerse. Me senté a su lado, mientras Miren hacía lo mismo en el otro. Ella me miró, siempre detrás de sus lentes, donde sus lindos ojos, estaban enrojecidos con alguna que otra lágrima recorriendo las mejillas.

—Mis padres se van a separar, Mikel. —dejé de mirar a mi suegra, que volvía a mirarme como aquella vez tan placentera— Mi madre ya no le aguanta más y se ha ido de casa. Por lo que va a quedarse con nosotros unos días, adecentamos la cama de invitados y duerme aquí. Mañana la acompaño a por sus cosas.

No supe qué decir, fue algo que me pilló de sopetón. Me esperaba una cosa muy distinta y ahora, tenía en casa a mi suegra con la que, hacía más o menos un mes, había tenido un momento del todo erótico. No sabía que podía traer eso, quizá ninguna cosa buena.

—No hay problema, tenemos la cama muerta del asco. —no me iba a oponer, como mínimo le debía eso a mi novia.

Según terminé de hablar, Luci me abrazó, de la misma manera que hizo en su cocina. Ahora no estaba tan caliente, sin embargo, noté de nuevo ese picor en la entrepierna cuando sus senos volvieron a estrujarse contra mi cuerpo, parecía que tuvieran un efecto mágico sobre mí.

No os voy a engañar, ese abrazo activó mi lívido, creo que más por ver a mi suegra tan cerca, que por traerme recuerdos nítidos de lo que sucedió entre nosotros. Mi pene dio varios respingos antes de ponerse en una pequeña erección, por lo que me despedí y me volví a la habitación, no podía dejar que mi novia me viera así.

El día acabó y lo pasé por completo en mi habitación, sin nada más qué hacer, únicamente escuchando como las dos mujeres hablaban de lo malo que era mi suegro. Una personalidad que todo el mundo podía intuir con facilidad, pero que ahora salía por fin a la luz.

Así sería el primer día que mi suegra dormiría con nosotros, sin saber que podría depararme esa situación. Parecía que Luci no iba a contar lo nuestro, eso era bueno, aunque esperaba que no cambiase de opinión. No lo iba a hacer.

****

Supe que esto podría traerme beneficios, al menos al corto plazo, a la tarde siguiente. Volví de trabajar, como siempre sobre las seis de la tarde estaba en casa y mi suegra, había hecho todo. Cada rincón de la casa brillaba como un diamante pulido y la cena estaba lista, me sorprendí, nunca había visto mi hogar tan limpio.

Como siempre, fui a tumbarme al sofá, me daba el lujo de descansar un rato antes de empezar a hacer las tareas del hogar, sin embargo, como estaba mi nueva inquilina… no tenía nada que hacer. Me senté al lado de Luci, y pensé en lo que haría hasta que llegara Miren, nunca había tenido tanto tiempo libre.

—Gracias por dejarme quedarme en vuestra casa, Mikel. —lo murmuró con timidez después de un breve saludo.

—No tienes que agradecerme nada, —mirándola a mi lado— no te íbamos a dejar en la calle, ¿no? —por supuesto era una broma y sonrió al entenderla. Se me hacía difícil hablarla sin recordar la mamada.

—Hasta que pueda marcharme a algún sitio, os voy a ayudar en todo lo que pueda. —sinceramente, la ayuda era inmensa y por lo visto esa tarde, nos solucionaba muchas cosas.

—Tranquila, no es necesario. Tú descansa el tiempo que quieras, te lo mereces.

Volvió a mostrarme la mejor de sus sonrisas, algo que me gustó y sin poder remediarlo mis ojos miraron como iba vestida.

Era algo involuntario, no me gustaba, pero me ponía de una forma irracional, quizá el morbo, quizá el adulterio… no sé lo que podía ser. Solo sé, que volví a observarla, con una bata azul anudada, con el pantalón de pijama por debajo y las pantuflas en los pies. ¿Qué ocultaría esa bata en la zona de los senos?

Sacudí mi cabeza para tratar de dejar de pensar en ello, era mi suegra, tenía que borrar las fantasías cuando la veía. Era como una máquina, cada vez que rememoraba la vez en la cocina, todo comenzaba a funcionar, levantando mi pene como si lo hiciera una grúa.

—Hoy he limpiado la casa y me he tomado la libertad de prepararos la cena. —el tono de voz era de lo más cordial, casi servicial, pero a mí, me sonaba erótico.

—Sí, ya he visto, huele de maravilla. —el olor a carne había envuelto la casa, aunque lo que más me importaba era que mi pene se estaba poniendo duro, y no había una razón aparente, estábamos hablando tan tranquilos.

—Si queréis que haga alguna cosa en particular, me lo puedes decir sin ningún tapujo. —“no me digas eso, Luci…” pensé aguantando mi lengua.

—También te mereces descansar, no te quiero pedir nada más, Luci. —quería olvidarme de aquello, una infidelidad era asumible… dos, no— Ve la tele, da paseos… no sé… lo que quieras hacer, lo que te guste. Suficiente has pasado.

—Pero tengo que insistir, porque… —fue el único momento que la vi dudar, o más bien, reflexionando sobre lo que supondría decir aquellas palabras— me encantaría agradecértelo.

Eché la cabeza hacia atrás, reposándola sobre el sofá mientras miraba al techo. No me había dicho nada ofensivo, todo lo contrario, era algo que me accionó de tal forma que sentí la misma presión en el pecho que la otra vez.

No la miré, porque casi no hacía falta, quería agradecérmelo, a mí, personalmente. Era su modo de pedir algo más… una cosa que, al parecer, la había gustado. Mis manos se movieron solas, llevándolas al pantalón donde me saqué el botón y bajé la cremallera.

—¡A la mierda…! —murmuré sin creerme que volvía a hacerlo.

Mi suegra me miraba atenta, con ese rostro como si no estuviera sucediendo nada. Ni siquiera se inmutó cuando mi pene, a media asta, salió dando dos botes y me bajé el pantalón hasta los tobillos. Esperó unos segundos a que estuviera del todo dura, con sus venas repletas de una sangre que corría como un río embravecido y de mientras, se abrió con delicadeza la bata para que viera que nada más llevaba el sujetador.

No hubo señal para que empezara. Se arrodilló en el sofá, bajó la cabeza y comenzó a hacerme la misma mamada que en su cocina. Succionando únicamente mi prepucio sin bajar más y con un movimiento mecánico. Tampoco esta vez me la tocó, sin embargo, me moví más que en la anterior ocasión y metí mis manos por la bata, llegando a amasar unos grandes pechos que los notaba suculentos.

Duré poco. Igual que en la cocina. Era la única en mi vida que me había sacado tales orgasmos. Me corrí sin que ella se detuviera, aminorando la marcha, cuando su boca estuvo recubierta por mi semen. En ese momento, separó un poco los labios, para que mi sustancia comenzara a caer sobre la longitud de mi pelado pene. ¡Qué morbo de mujer!

Así fue la primera vez y… lo que se convirtió en tradición. Durante ese mes, yo llegaba siempre de lunes a viernes a las seis de la tarde y mi suegra me esperaba allí, sentada en el sofá con ganas de agradecérmelo. No había palabras y nunca hablábamos del tema, ni antes, ni después. Ella me reconocía el esfuerzo de haberla permitido habitar nuestra casa… a su manera…, y a mí, cada vez me agradaba más su presencia.

Todo era una rutina. Me sentaba en el sofá, me la sacaba, ella se arrodillaba a mi lado o en el suelo, entre mis piernas, y comenzaba a mamar. Pocas veces la tocaba sus pechos o la cabeza, en cambio, ella nunca me agarró la polla, era su manera de hacerlo. Sí que es cierto que en varias ocasiones sacó de su boca mi herramienta para darle un baño de saliva a mis genitales, pero nada más allá.

Para mí, aquello se volvió tan rutinario como comer y aunque tratábamos de no hablar de nuestros encuentros, sí que lo hice en dos ocasiones. Una de ellas, la primera, lo hice mediante una nota que le deje en su cajón de ropa interior.

Fue después de comprarle una lencería bien bonita y algo cara, era de color morada, del mismo color que la que vi en su cocina. La encontré en un escaparate, durante uno de los tantos paseo con Miren, y no dudé en comprarla en cuanto pude.

Cosa que tengo que añadir, con mi novia, nuestra relación no cambió en nada, porque el sexo lo practicábamos siempre los fines de semana, mi agenda de orgasmos estaba completa. Si llega a enterarse de todo… me tiraría a la ría, envuelto en una alfombra, y no le faltaría ni una pizca de razón.

La dejé aquella prenda con la única frase de “póntela cuando me quieras agradecer algo”. Siempre la llevó después de aquello, creo que solo se la ponía para “nuestro momento”, luego iba a su cuarto y se cambiaba.

La segunda vez, no la dejé una nota, se lo comenté, después de correrme, sumido en un placer indescriptible. Únicamente le suplique, que por favor siempre se pusiera algo con escote. Deseaba verla los pechos mientras lo hacía y mi prenda favorita era una camiseta de tirantes, que era muy holgada y que conocía muy bien.

Así llegamos a nuestros días, donde, como en otras ocasiones, Luci se encontraba a cuatro patas en la alfombra, haciéndome una felación increíble. Sentado en el sofá, no paraba de mirarla a los ojos, con ese color azul tan intenso que siempre se escondía detrás de los cristales. El cerebro realmente me estallaba cuando la tiene dentro de su boca y me lanza una de sus miradas. ¡Es increíble!

Llevaba la lencería de siempre, esa morada que, tan furtivamente, la compré con el corazón latiendo furioso debido a la adrenalina que provoca la infidelidad. Además de un pantalón de pijama y su camiseta holgada de tirantes que me permitía ver sus perfectas tetas.

La chaqueta o la bata siempre la dejaba a mi lado, era su lugar, justo donde reposaban mis nalgas desnudas. Sinceramente, puedo asegurar que mi suegra me la ponía aún más tiesa que mi novia, es un hecho, y aunque me guste muchísimo menos, no lo puedo evitar. El morbo me mueve.

Siempre es lo mismo, durante todos esos días era el mismo tipo de mamada, de la cual, para nada me aburría. Cambiaba levemente, muy poco, y depende el día, le dejaba mi leche, o bien en su boca o en sus tetas. Nunca fallaba. Daba el aviso, y una de dos, o bien la sacaba de su boca y me masturbaba hasta terminar en sus senos, o bien la mamada proseguía hasta que sentía que los chorros se agolpaban dentro de su paladar.

Pero aquel día fue diferente. Después de casi un mes de tórridas mamadas, no podía detener por más tiempo el calentón que me salía por los poros. Lograba tales orgasmos que no podíamos quedarnos solo con eso, era casi ofensivo que únicamente me hiciera una felación, debíamos dar un paso más.

—Luci, para. —sacándose el pene de la boca, una de sus babas le empezó a brotar por la barbilla— No puedo aguantarme más.

Aunque desubicada, me siguió mirando. Era la primera vez que cruzábamos tantas palabras en “nuestros momentos”. Lo que solía decir, aparte del aviso de la corrida, eran obscenidades sobre lo bien que chupaba. Pero, ahora, era diferente, incluso me dio la sensación de querer contestarme con algo, no obstante, me adelanté.

—Levántate.

Hice lo propio, quedándonos los dos de pie, mirándome con sus ojos azules y las arrugas que comenzaba a poblar su piel. Lancé un vistazo goloso a su escote, embutido en aquel sujetador morado haciendo que sus senos fueran enormes. La contención de mi cuerpo era imposible, como un reactor nuclear a punto de explotar.

—Ponte en el sofá, de la misma manera que estabas en el suelo. —trate de sonar inquisitivo, pero solo se me escuchó el ansia.

La ayudé para no perder ni un segundo. Miren llegaría en más o menos una hora, pero siempre es mejor prevenir, que curar.

Una vez puesta como deseaba, con la cabeza contra el cojín y el trasero bien elevado hacia el techo, no lo dudé y haciendo una pinza con ambas manos, bajé el pantalón de su pijama. Con esa prenda, también me llevé la braga de color morado que la compré a juego y, obviamente, no hizo falta comprobar que estaba empapada.

Su sexo estaba recubierto de pelos, no como una inhóspita selva, sino más bien como el césped que el jardinero cuida con esmero. Me salió una sonrisilla pícara, porque seguro que yo, tenía algo que ver con el cuidado.

Sin pedir permiso, ni avisarla, porque bien sabía lo que iba a hacer, con una mano sujeté su desnuda cintura, redondeada por los años, pero que no había engordado en demasía. Con la otra, agarré mi pene húmedo con fuerza, del cual todavía colgaba algún que otro rastro de sus fluidos bucales.

No esperé. La entrada se efectuó con esmero, y me llevé una grata sorpresa debido a la facilidad con la que introduje mi polla por completo. De una sentada, mi longitud resbalaba por unas paredes repletas de líquido, que me brindaron una calurosa bienvenida, al borde de un abrazo materno. Parecía que esa vagina estaba bien celosa de lo que hacía la boca y deseaba aquello mucho más que yo.

—¡Ah…!

Fue lo único que emitieron sus labios cuando mis genitales chocaron contra la piel de su sexo. Estaba por completo dentro de ella, mientras sentía como el roce de la zona que bordeaba su clítoris, me hacía cosquillas en las pelotas.

Después de la succión que me hizo con la boca, no contaba con durar ni siquiera un minuto, ya que al moverme por primera vez, el roce fue glorioso. Entré con ganas, rudo y con gusto, y Luci solamente repetía entre jadeos la misma palabra, dándome la sensación que el robot sexual que tenía en casa, poseía muy poco vocabulario.

—¡Ah…! ¡Ah…! ¡Ah…!

Si no fuera ella, pensaría que le estaba doliendo o incomodando, pero nada más lejos de la realidad, su máximo placer lo expresaba de esa forma tan seca.

Los movimientos se aceleraban como locos y noté el chispazo que llamaba a mi puerta para terminar. Apenas estuvimos un minuto, tal vez menos… pero no soportaba por más tiempo el calor que me envolvía dentro de su sexo.

Con mis manos, apreté su cintura con mucha fuerza, observando, como su gran trasero, rebotaba a cada embestida en un movimiento que me hipnotizaba. Lo más seguro que mi suegra fuera una bruja de los bosques, porque me había lanzado un hechizo que me tenía loco.

Traté de llegar a sus pechos, deseando agarrarlos con fuerza hasta que me llenaran las manos, sin embargo, no me daba tiempo, las piernas me empezaron a temblar y mis pupilas se dilataron al extremo.

—¡Luci, que me voy a correr! Muy… Muy fuerte, ¡qué rico!

—¡Yo también! ¡Sigue…! ¡Sigue…!

Azuzado por escuchar sus primeras palabras, aguanté lo poco que mi orgasmo me permitía y apreté el ritmo un poco más. Al día siguiente tendría agujetas, lo sabía antes soltar la carga que tanto me pesaba en mis genitales, pero también era consciente de que valdría la pena.

Por primera vez, mi suegra dio un alarido con todas sus fuerzas, algo que seguramente pretendió acallar al primer momento, pero que su garganta la hizo gritar para desahogar. Los gemidos se solaparon el uno contra el otro y su voz parecía derretirse al tiempo que su trasero se movía alocadamente de arriba abajo.

Luci había comenzado a correrse después de tal aullido y por poco se me sale de su interior, debido a los bandazos de esas nalgas locas que se movían inquietas. Pero estaba tan al límite, que no podría permitir despedirme de las entrañas de aquella mujer sin obtener antes mi premio.

Cambié mi agarré, sujetándola los hombros y enterrando con fuerza todo mi cacho de carne en esa vagina palpitante. Cuando salió el primer chorro abundante, Luci jadeó con ganas, similar a un animal tosiendo, a la par que encorvaba su espalda sumida en un placentero e inacabable orgasmo.

Con la última descarga, los dos gritamos, algo que los vecinos, si estaban atentos, por supuesto escucharon. Sin embargo, no nos importaba, porque los dos estábamos en el paraíso.

Me quedé sin respiración, tratando de sujetarme sobre mi suegra para no caerme, aunque lo que hice, fue apoyarme en su espalda mientras su respiración se aceleraba. Sentí su corazón en mi mano, palpitando al borde del infarto y creo… que yo estaba igual. Pero allí pasamos unos cuantos minutos, tragando saliva, respirando con pesadez y temblando con fuerza, sin romper nuestra unión.

Al final, me tuve que separar, porque el semen empezaba a brotar de su interior y teníamos que limpiarnos antes de que Miren hiciera acto de presencia. Cada uno fue al baño cuando su cuerpo se lo permitió, y antes de que mi novia, o su hija, llegara a casa después del trabajo, ambos estábamos en casa como si nada pasase.

De momento, es nuestro secreto y supongo que vamos a repetirlo más de una vez. Poco va a durar, porque me imagino que Miren no querrá a su madre por siempre en casa, pero de mientras, Luci seguirá agradeciéndomelo todo a su manera.

FIN


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📌La Suegra📌 📌La Suegra📌 Reviewed by xx on junio 22, 2022 Rating: 5

1 comentario

  1. Me encantó como algunos les pasa las cosas más increíbles mientras que a mí no va a pasar una de esas cosas buena por esa parcero y disfruta todo lo que más pueda 👍👍👍

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