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📌Cediendo a la tentación📌



Una bella y joven mujer casada no puede evitar sentirse atraída por un maduro ejemplar que conoce en la playa. ¿Hasta dónde será capaz de llegar?


Soy EuGenya, algunos me llaman Genya, o simplemente Geny. Soy una mujer casada, viviendo una relación muy especial. Mi marido es un "poco" mayor que yo, pues siempre me he sentido atraída por hombres maduros. Mi tez es blanca y aunque mi color de cabello es más claro, suelo teñir mi larga y espesa cabellera de negro azabache, me gusta el contraste que hace con mi pálida piel. Tengo una mirada vivaracha y ojos soñadores de color café; mi rostro, de forma acorazonada, tiene facciones finas, aunque un tanto aniñadas. Dicen que mi sonrisa ocupa mi rostro entero, sé que es una exageración, pero quiero creerlo, así que cuido mucho mi dentadura. Me gusta estar en forma, me ejercito, aunque no soy una rata de gimnasio como algunas de mis amigas. Mi cuerpo no es perfecto, pero tiene lo suyo. Peso 55 kilos y mido 168 cm, mis medidas son algo así como 93C-61-92, al menos en estos momentos... Hecha la descripción de mi persona (tal vez algo tramposilla, je, je; pues se cuentan las virtudes y no los defectos), pasemos a lo que interesa.

Cuando aconteció lo que hoy les relato, mi esposo y yo estábamos de vacaciones. Habíamos ido a una hermosa playa virgen, de esas que por fortuna todavía hay en nuestro país, fuera de complejos turísticos y multitudes. El lugar estaba dotado de gran belleza, tranquilidad, agua limpia y cristalina. Cerca había un pequeño poblado, por el que se podía pasear muy a gusto y lo poco que ofrecía tenía ese sabor autentico, sin los artificios generados ex-profeso para el turismo. No voy a mentir, nuestra presencia en aquel rincón paradisíaco también obedecía a algunas cosas que nos habían contado sobre él. Un sitio mágico, que propiciaba las aventuras más apasionadas.

No era que nuestra vida cotidiana fuera aburrida, pero nos gustaba la aventura, eso no se podía negar.

Era temporada baja, así que teníamos aquel paraíso prácticamente para nosotros dos. Por casualidad encontramos un lugar que tras un acceso accidentado, dejaba al descubierto una playa hermosa, lejos de miradas indiscretas. Estuvimos disfrutando del agua durante un buen rato, pero justo cuando comenzábamos a ponernos cariñosos, apareció un hombre mayor que no pudo ocultar su sorpresa cuando nos descubrió en ese precioso rincón que parecía serle muy familiar.

Nos saludó con un ademán y acomodó sus cosas a prudente distancia de las nuestras. Enseguida sacó un libro y se sumergió en la lectura. Nosotros decidimos continuar jugueteando en el agua, aunque un tanto cohibidos por la presencia de aquel hombre, no tuvimos sexo como era nuestra intención inicial, pero no nos contuvimos del todo, compartiendo una buena sesión de besos y caricias que me dejó muy caliente. Salimos del agua y estuvimos tendidos un rato al sol y después nos marchamos, despidiéndonos del señor que seguía embebido en su lectura.

En el trayecto, eché de menos uno de mis aretes, por lo que decidí volver en su búsqueda. Cuando llegué a aquel rincón, pude ver que el señor se estaba quitando la última prenda para quedar completamente desnudo. Después de ello, se dirigió a paso apresurado hasta el agua, antes de entrar dio media vuelta y volvió sobre sus pasos. Entonces pude verlo en todo su esplendor, el hombre estaba muy bien para su edad, aunque debo admitir, que un hombre de su edad, no necesariamente debe estar muy bien para llegar a gustarme. Lo que me llamó poderosamente la atención, era lo que llevaba entre las piernas, tenía un pene de respetables dimensiones y lo tenía completamente erecto. Algo en mí se movió, queriendo creer que había sido yo, o nosotros, la causa de tal excitación.

El señor dejó algo en su lugar e inmediatamente volvió al agua, yo, desde mi escondite lo seguí observando hasta que se sumergió en el agua. Tras un hondo suspiro, volví hasta donde me esperaba mi esposo. Me lamenté por no haber encontrado el arete, pero regocijándome por haber disfrutado de la visión de aquel hombre tal y como había venido al mundo.

Mi esposo notó que algo se había movido en mí, pretendió sacarme la razón de ello, pero no solté prenda. Decidí guardármelo para mí sola, al menos de momento. No era que mi marido fuera a tener un ataque de celos, ni mucho menos; nuestra relación está mucho más allá de esas nimiedades terrenales.

Horas después, mientras comíamos en la terraza del único hotel del pueblo, el hombre de la playa nos abordó y me entregó el arete perdido.

Para mi esposo fue muy notoria mi turbación. Me sonrió, malicioso al ver que mi rostro se ponía de mil colores. Y es que no podía sacarme de la cabeza la imagen de ese caballero de la tercera edad completamente desnudo. Incluso, ahí mismo, era como si tuviera vista de Rayos X y lo estuviera despojando de todas sus prendas para dejarlo ante mis ojos en traje de Adán.

Era un hombre de edad incierta, aunque bastante mayor que mi esposo, yo le calculaba setenta y tantos. Su cuerpo se veía recio, era de huesos anchos, con algo de sobrepeso. Tenía poco pelo, completamente canoso, su barba, era del mismo color, bien recortada. El conjunto, lo hacía un hombre bastante atractivo, al menos para mí.

Yo estaba embelesada, lo que me impedía pronunciar palabra. En cambio, mi marido, de inmediato inició una conversación con él. Se presentó y educadamente nos saludó con la mano, sentí un chispazo cuando me tocó, pues ya me encontraba hipnotizada por su voz ronca y profunda.

Mi esposo lo invitó a que nos acompañara, él aceptó gustoso. Yo no podía evitar mirarlo con una extraña mezcla de nerviosismo, admiración y deseo; y eso no le pasaba inadvertido a mi marido. El apetito de acercarme a ese hombre se me hacía cada vez más insoportable, me moría por echármele encima y comérmelo entero ahí mismo. Mi marido lo notaba y eso parecía divertirlo, trataba de hacerme participar en la conversación, a sabiendas de que, por mi turbación, ni siquiera estaba poniendo atención a lo que decían.

Mi marido tomó la iniciativa para marcharse alegando que tenía que hacer una llamada muy importante. No lo podía creer, el muy malvado me estaba dejando a solas con ese hombre a sabiendas de lo mucho que me gustaba. Como pude, traté de controlar mis nervios, preguntándole cosas que me interesaba saber de él. No era un turista, él vivía en el pueblo, donde había decidido afincarse luego de jubilarse. Tampoco vivía solo, aunque de momento, su pareja se encontraba de viaje.

Él hizo lo propio para conmigo. Se mostró bastante sorprendido al saber que éramos esposos. Lo cuestioné sobre si ese detalle le sorprendía por la diferencia de edades.

—En absoluto, me sorprende que sean esposos por la pasión que muestran; cualquiera diría que son amantes viviendo una aventura sexual a todo lo que da.

—En parte es cierto, siempre nos ha gustado la aventura, y nos gusta entregarnos a ella a todo lo que da...

No lo podía creer, con lo nerviosa que me ponía este hombre, había terminado por echarle una indirecta un tanto directa. Él me miró fijamente con una mirada intensa y profunda que por poco hizo que me orinara en mi asiento.

—Dime, Eugenia; ¿es mi imaginación, o mi presencia te pone nerviosa?...

Cuando lo preguntó directamente, casi me atraganto con el bocado. Así que decidí tomar el toro por los cuernos.

—Bueno... Voy a ser honesta con usted: es cierto que me gustan los hombres mayores. Como lo habrá notado, mi marido me dobla la edad... Usted tiene edad suficiente como para ser su padre, y lo admito, me siento muy atraída hacia usted.

—¿Entonces?

—Pues sí, me encantaría poder tener sexo con usted... Pero soy una mujer casada y no le puedo hacer eso a mi esposo... Lo siento, hay que dejar las cosas claras desde un principio, es lo mejor para todos.

—Comprendo y estoy totalmente de acuerdo contigo... Aunque todavía no puedo salir de mi sorpresa.

—¿Acaso le parece raro que una mujer casada no le quiera poner los cuernos a su esposo?

—No, no refería a eso... Lo que me sorprende es que una mujer como tú se sienta atraída por alguien como yo.

Iba a contarle el episodio nudista que me había brindado antes, pero preferí callar. Estaba segura que si nunca me hubiera ofrecido ese espectáculo, él me sería tan indiferente como todos los demás que estaban a nuestro alrededor. Sabía que si lo hacía, dicho antecedente no lo haría sentir tan especial como se sentía ahora.

Por fortuna, mi marido no tardó en volver y me sacó del atolladero en el que yo misma me había metido. Seguimos conversando por un buen rato, ahora sí, los tres. Luego, el señor se despidió de nosotros y se fue. Mientras se alejaba, ni él, ni yo, pudimos evitar mirarnos de reojo. Había brotado una chispa especial y ninguno de los dos podía negarlo.

El otro que tampoco podía negarlo, era mi marido, que en cuanto nos quedamos solos comenzó a hacerme preguntas acerca de “el viejito”.

—¿Tan obvia soy?

—Corazón, cuando lo miras, los ojos se te saltan y la baba se te escurre hasta el ombligo... ¡Ja, ja, ja!... ¡Más obvia no puedes ser!

Yo me sonrojé y lo acompañé con las risas.

—Es que ese viejito está —admití ante lo innegable—... Para comérselo entero... Me gusta, sí... No, ¡me encanta!

Era un juego muy hecho el que teníamos. Cuando nos encontrábamos con alguien que nos gustaba, solíamos cachondearnos a costillas de él o ella. A veces no se daba el contacto directo y simplemente fantaseábamos con ellos a la distancia, les poníamos sobrenombres si no sabíamos el real, les coqueteábamos y casi nunca pasaba de ahí. Rara vez se daba el contacto directo y entonces el juego se volvía un poco más atrevido, rara vez habíamos llegado al roce con el objeto de nuestros deseos, pero lo habíamos hecho, nunca sobrepasando la línea de la “segunda base”, que era el límite que nos habíamos establecido. Ya en la intimidad, mi esposo y yo le dábamos rienda suelta a la pasión acumulada y despertada por la persona admirada, e incluso usando sus nombres y otras características al momento que hacíamos el amor, personificábamos al otro y nos entregábamos en una fantasía que nos resultaba altamente excitante.

—Supongo que esta noche será especial... —Lancé al aire, esperando concretar la fantasía en ciernes.

—Puede ser, corazón... Puede ser...

No era una afirmación, pero tampoco una negación. La puerta estaba abierta y no habría sino que esperar el momento. Ese juego lo habíamos iniciado fantaseando con personajes de la farándula y otras figuras públicas; pero en cuanto comenzamos a hacerlo con personas “reales”, la cosa cambió y descubrimos que lo disfrutábamos mil veces más. Eso sí, siempre se trataba de gente a la que no nos volveríamos a encontrar, nada de amigos, vecinos, parientes o conocidos.

Sin embargo, esa noche no sólo no se concretó la fantasía, sino que mi marido me dejó con la calentura a flor de piel aire, argumentando cansancio y dolor de cabeza. Que pusiera pretextos para no hacer el amor, era algo muy raro en él; lo más probable era que fuera cierto, y yo, como buena esposa que soy, me sacrifiqué y me quede con las ganas, que eran muchas, por cierto.

Al día siguiente volvimos al sitio donde habíamos conocido al protagonista de mis fantasías. Me llevé una muy agradable sorpresa al llegar al lugar, el señor ya se encontraba ahí. Era claro que nos esperaba, pues no se había desnudado como la primera vez que se quedó solo. Sus cosas estaban dispuestas de tal modo que nos dejaba a nosotros nuestro propio espacio, pero tampoco estaba tan alejado como la primera vez.

Nos saludó con entusiasmo y nosotros correspondimos. No pude evitar sonrojarme al saludarlo, esta vez no sólo de mano, sino de beso. Si no hubiera estado mi esposo ahí, les juro que el beso se lo planto en la boca y empiezo a devorarlo, pero me contuve. Mi marido parecía leer mis pensamientos y yo adivinaba una sonrisa cómplice en su expresión.

Acomodamos nuestras cosas cerca de las suyas, como si hubiéramos llegado juntos. Mi esposo nuevamente le sacó plática, yo me quedaba al margen, queriendo pasar inadvertida, pero mis ojos, debajo de los lentes de sol, no dejaban de estudiar a detalle ese bello ejemplar que me tenía arrobada.

La excitación se me estaba agolpando, temiendo que se comenzara a desbordar, dejé a los hombres intercambiando impresiones sobre el mundo y yo me lancé a disfrutar del agua. La zambullida me hizo despejar un poco la mente del maremágnum de imágenes calenturientas que la estaban saturando. Rato después, mi esposo se unió a mí y posteriormente lo hizo nuestro amigo.

No pude soportar mucho tiempo su presencia cerca de mí y volví a tierra, para tenderme en la toalla boca abajo. Minutos después mi esposo vino hasta mí y aprovechó para ponerme bronceador. Yo estaba demasiado excitada, deseaba que me tocara, que me entregara ahora las caricias que me había negado por la noche. Permanecí inmóvil, mientras él extendía el líquido protector por mi espalda, a la altura de los hombros. Fue descendiendo hasta la cintura y se detuvo al final de la columna vertebral. Dios, yo deseaba que continuara, pero parecía que él estaba dispuesto a seguir dejándome con las ganas e incrementar mi calentura.

La manera en que me estaba acariciando me relajaba de un modo tan rico, que estuve a punto de quedarme dormida. Continuó untando el bronceador. Esta vez dio inicio por los pies para ir subiendo piernas arriba, se entretuvo en los muslos, cada vez más arriba.

Yo deseaba que continuara subiendo, se lo pedí abiertamente. Giré mi cabeza, pude ver que el señor ya estaba fuera del agua y ahora estaba sentado en su toalla, sin perder detalle de las evoluciones de las manos de mi marido sobre mi piel. En ese preciso instante, los dedos de mi cónyuge se deslizaron bajo la tela del bikini. Se dedicó a masajear mis nalgas con gran maestría. Estuvo metido ahí más de la cuenta, dejando constancia de que mi trasero siempre lo ha enloquecido. El asunto del protector solar era secundario, lo principal ahora eran las caricias, y mi esposo tenía un tacto envidiable. No podía evitar soltar uno que otro suspiro, mi calentura seguía elevándose.

Se paseó otro rato por mi espalda y luego me giré para ponerme boca arriba. Mi esposo continuó con su tarea. Nuestro amigo ya era abiertamente un mirón, pues nosotros, a sabiendas de que estaba a nuestro lado, nos comportábamos como si estuviéramos solos. Las habilidosas manos de mi esposo continuaron extendiendo el protector por mi piel. Llegado el momento, también deslizo los dedos bajo la tela de mi sostén y se dedicó a acariciar mis pechos de manera deliciosa, haciendo que mis pezones, que ya estaban como piedras, se pusieran todavía más turgentes.

De vez en cuando, la entrepierna de mi marido se rozaba contra mis piernas y yo podía notar que su erección estaba a tope. En otras condiciones, yo ya estaría atendiéndola, pero este no era el caso. Me seguí sometiendo a sus caricias. Descendió por mi vientre, yendo y viniendo a mis costados. Sus caricias se deslizaron por mis caderas, evadiendo la zona más crucial de mi anatomía y continuando en dirección a mis piernas. Tras llegar hasta mis pies y entretenerse en cada uno de mis dedos, volvió a subir. Se detuvo en la parte alta de mis muslos, sus dedos se aventuraron bajo la tela del bikini, pero solamente me tocó las ingles, cada vez más cerca de mi vulva, pero sin llegar a acariciarla abiertamente, lo mismo sucedió con mi monte de venus, rondó demasiado cerca, pero sin internarse en el paraíso. Yo estaba que ardía.

—Listo, mi amor —. Dijo, sin más, y se lanzó corriendo al agua.

Yo iba a ir tras él, pero la fiebre me tenía presa y me impedía desplazarme de mi sitio. Cuando volteé a ver al señor, inmediatamente me evadió la mirada. Aproveché para centrar la vista en el punto que me interesaba y con el bulto que descubrí se me hizo agua la boca. Era prudente decir algo, el silencio entre nosotros era demasiado incómodo. Pero suponía que a él le sucedía lo mismo que a mí, si hubiera abierto la boca, hubiera dicho cualquier tontería, con alto contenido sexual, por supuesto.

Por fortuna, llegó mi marido y rompió la tensión.

—Casi había olvidado que tengo que llamar a un cliente, prácticamente es la hora... Aquí no hay buena recepción, así que voy a tener que dejarlos solos durante un rato.

Y se desapareció, llevándose algunas de sus cosas, entre ellas, el celular.

—Si notan que me tardo más de la cuenta, no me esperen... Sospecho que tendré que buscar una línea fija para hacer la llamada —Fue lo último que dijo mientras se alejaba.

El incómodo silencio volvió a hacer acto de presencia.

—¿Usted no gusta un poco de bronceador? —Fue lo primero y único que atiné a decir cuando el silencio parecía eternizarse.

—¡Ja, ja ja! —Ambos estallamos en risas tras lo disparatado de mi propuesta.

Otra vez me sentía como la chiquilla inexperta que se queda a solas con el chico que le gusta. Los ojos me brillaron cuando el señor se tendió boca abajo y luego, con un ademán, me invitó a que cumpliera mi oferta. En ningún momento me había ofrecido a aplicarle yo misma el protector, pero, ¡al diablo! No iba a desperdiciar una oportunidad como esta.

Me acerqué a su toalla. Eché algo de crema sobre mis manos y procedí a extenderla sobre sus anchas espaldas. Era notorio que en su juventud se había ejercitado bastante, algo de esos gloriosos ayeres todavía se contemplaba en su maduro cuerpo. Rara vez había tenido oportunidad de acariciar a un hombre de su edad, así que me dediqué a disfrutarlo. La sensación era tan especial y me llenaba de un morbo muy peculiar acariciar la piel de un hombre que bien podía ser mi abuelo. Sobra decir que me entretenía más de lo necesario en la aplicación del protector, él lo estaba disfrutando también, ninguno tenía prisa en que terminara con mi tarea. Cuando terminé con su espalda, me contuve de pronto, la tela me impidió incursionar en una zona donde me hubiera encantado hacerlo. Ese hombre conservaba un trasero bastante apetecible para su edad. Me quedé con las ganas de tocárselo y me fui a las piernas, descendí lentamente hasta llegar a sus pies. Ascendí nuevamente hasta toparme nuevamente con la prenda que me obstaculizaba tocar esas nalgas que me atraían de manera casi irresistible.

—Si te estorba, puedes retirarlo con confianza —dijo, con voz ronca, como quien habla entre sueños.

Se me iluminaron los ojos al escuchar sus palabras. Sabía que no bromeaba, pues sabía que le gustaba andar desnudo en la playa. Por su reacción, no esperaba que yo tomara su propuesta tan en serio. De un solo movimiento, lo despojé de su única prenda, para dejar al descubierto un trasero que no mostraba las marcas de palidez que suele dejar la ropa donde no llega el sol. En definitiva, este señor era un nudista consumado. Ya sin obstáculos de por medio, me lancé a acariciar sus nalgas, tan precipitadamente, que hasta un rato después me acordé de mi tarea de untarle el protector. Naturalmente, a él no le pasó inadvertido tal detalle. Muy a mi pesar, instantes después tuve que dejar de acariciar ese trasero, que aunque no era la octava maravilla, sí estaba bastante potable.

Al ya no sentir mis manos, el hombre dio por sentado que había terminado. Entonces, se dio la vuelta, para que yo continuara mi labor. No se mostraba nada cohibido, por el contrario, me pareció un acto de exhibicionismo. No hacía nada por cubrir su desnudez, al contrario, su postura parecía facilitar la visión de ese formidable mástil majestuosamente erecto que destacaba en su entrepierna. Colocó sus manos en la nuca para apoyar la cabeza, su semblante no mostraba malicia, yo me sonrojaba, pues no podía evitar mirar ese pene, cuya firmeza invitaba a ser tocado. Surgía de entre una abundante mata de vello pardo, como el quiote de los agaves, apuntalando el cielo. Me estremecí tan solo con imaginar las incontables posibilidades de placer que ofrendaba una herramienta como esa.

Comencé por masajearle los pies, entreteniéndome buen rato en ellos, sin dejar de admirarla. Era una verga hermosa, integra, gruesa, firme, de dimensiones respetables; cuyo único “defecto” a destacar era una ligera curvatura hacia la izquierda. El modelito me encantaba, habría que probar su desempeño para otorgar un mejor veredicto.

Terminé con sus pies y comencé a trepar por sus piernas, yo, por mi parte, había diseñado una estrategia que consistía en de abrir mis piernas colocando una a cada lado de su cuerpo, de modo que, cuando ascendí lo suficiente, acabé prácticamente montada encima de su miembro, haciéndolo recostarse contra su vientre al colocar sobre él mi entrepierna sedienta de placer.

Lo notaba entre mis labios vaginales humedecidos de excitación. Él cerró los ojos, emitiendo un suspiro profundo y dejándose llevar. La extensión de su erecto miembro me rozaba en el clítoris y de forma irremediable comencé a moverme lentamente a un ritmo de vaivén suave y controlado. Me masturbaba con su pene, usándolo como un riel por el que se deslizaba mi vagina cada vez más encharcada. Pese a que yo llevaba mi bikini puesto, la tela no era impedimento suficiente para que nuestras partes íntimas tuvieran el contacto suficiente como para experimentar el placer que nos estábamos prodigando. A esas alturas, el bronceador se había terminado, me desentendí del recipiente y me concentré en cabalgar hacia el cielo. Apoyé mis manos en su pecho salpicado de una suave pelambre blanquecina, mis dedos jugueteaban ocasionalmente con sus tetillas, mientras continuaba moviendo mis caderas.

Fui aumentando el ritmo y la intensidad del roce, mi cuerpo me estaba pidiendo más y, para ser franca, siempre me ha costado mucho negárselo. El diminuto triángulo apenas cubría mi intimidad, y la tela era tan ligera que el contacto entre nuestras carnes era demasiado directo. Yo continuaba masturbándome contra su miembro, mis labios vaginales lo recorrían de cabo a rabo. Sentía sus vellos haciéndome enloquecedoras cosquillas en las ingles cuando bajaba, y al subir, ocasionalmente me descarrilaba, pero me volvía a encarrilar de inmediato y continuaba con mi peculiar paseo. Llegó el momento en que ya no pude contenerme más y comencé a estremecerme a causa de los espasmos de un delicioso orgasmo que me aprisionó, haciendo que mi cuerpo temblara por entero.

Casi a la par, alcancé a sentir cómo su líquido blanco y caliente brotaba desde sus adentros, eran un chorro tras otro los que surgían de su verga hasta caer en su vientre, lo hacían con una potencia y en una cantidad asombrosas para su edad. Presenciar aquella eyaculación monumental, no hizo sino que mi orgasmo adquiriera nuevos bríos, volviéndose casi tan interminable como su eyaculación. Me quite los lentes de sol para poder contemplar mejor aquel espectáculo residual. Algunos chorros habían sobrepasado su vientre y habían caído en su pecho, incluso alguno llegó hasta su cara. Volví a mi tarea de untarle protector, solamente que ahora el bronceador era su propio semen, que yo embarraba con cariño por todo su torso. Mientras lo hacía, él abrió los ojos, nos miramos fijamente, compartiendo una sonrisa cómplice.

Su mano derecha se posó en mi nuca y me atrajo hacia él, hasta que nuestras frentes se toparon entre sí, la punta de nuestras narices se rozaban y nuestras respiraciones aceleradas se confundían, al tiempo que trataban de regularizar su ritmo.

—Gracias, no sabes cuánto lo necesitaba...

—Ha sido un placer, hermoso... —En realidad, yo lo necesitaba tanto o más que él, pero no quería mostrarme vulnerable.

Deposité un suave beso sobre sus labios, cerré mis ojos mientras lo hacía. Ambos buscamos alargarlo lo más posible, aunque no profundizarlo. Acto seguido, me recosté sobre su humanidad y ya no supe de mí durante un buen rato, pues nos quedamos dormidos.


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📌Cediendo a la tentación📌 📌Cediendo a la tentación📌 Reviewed by xx on junio 22, 2022 Rating: 5

1 comentario

  1. Uffff que hermosura que te pase una cosa asiiii!!!🤤🤤🤤

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