Amor inesperado de una joven casada
- Buenos días, dormilonas.
Eduardo entró en la habitación. Al verlo no pude evitar coger con prisa la sábana y tapar mi cuerpo desnudo lo que hizo que me sonriera con esa ternura tan característica en él. Me sonrojé de que me viera desnuda, aunque quizás el verdadero motivo era que me viera de esa manera estando abrazada a su mujer también desnuda.
- Os he preparado el desayuno – dijo.
En sus manos traía una bandeja con dos tazas de café con unos cruasanes y se sentó en el lado donde estaba más cerca Carmen.
- Que hora es? – preguntó Carmen con voz somnolienta ya que se estaba despertando.
- Son las once, dormilonas – se agachó y besó a su mujer en la cabeza.
- Gracias por el desayuno, cariño – dijo mirándolo con dulzura – Que tal has dormido?
- Muy bien. Y vosotras? – nos preguntó mientras miraba el cuerpo desnudo de su mujer.
- Muy bien – le sonrió al responder.
- Y tú, Mónica – me miró – Has dormido bien?
- Muy bien, gracias Eduardo.
Me incorporé para sentarme y mantuve mi cuerpo tapado con la sábana.
- Toma – me ofreció la bandeja – Se va a enfriar el café.
Al coger la bandeja, la sábana se deslizó dejando mis pechos desnudos y mi rubor les hizo sonreír. Verlos relajados me hizo sonreír a mi también.
- Soy una tonta – les dije.
- De tonta nada, cariño – me dijo Carmen – Es normal que estés así. Para nosotros también es algo nuevo esto.
- Voy a bajar a por el pan para la comida. Quieres comer con nosotros? – me preguntó.
- No, gracias – le contesté – Preferiría comer en mi piso sola. Espero que no os moleste.
- Claro que no nos molesta – Carmen se sentó en la cama – Es normal que quieras estar sola, por nosotros no te preocupes, vale?
- Vale.
Antes de salir de la habitación, Eduardo se despidió con un beso en los labios a su mujer y, rodeando la cama, me vino a dar un beso a mi aunque me lo dio en la mejilla. Me hubiera gustado que también me lo diera en los labios pero entendí que con Carmen allí tampoco sería muy normal.
Una vez solas nos miramos con timidez. La habitación estaba totalmente iluminada y hasta ese momento no nos habíamos visto desnudas. Me costaba no sentirme nerviosa y mientras desayunamos, varias veces miré disimuladamente sus pechos. Los tenía grandes y me sorprendía que apenas le caían a pesar de su edad. Sus pezones se veían también grandes a pesar de no tenerlos duros y su color oscuro contrastaba con la piel pálida de sus pechos.
- Tienes unos pechos muy bonitos – me dijo mientras mojaba en el café un trozo de cruasán.
- Gracias – le respondí – Tu también.
- Ya están un poco caídos – me dijo mientras con la palma de la mano levantaba uno y lo dejaba caer – Los tuyos están firmes.
- Soy mucho más joven que tú – le dije – Ya me tocará cuando tenga tu edad.
Para las dos era extraño estar hablando así de nuestros pechos. Nos quedamos calladas unos segundos hasta que me miró para preguntarme.
- Que tal estás? Ya sabes… Después de lo que pasó entre nosotras.
- Alucinada… sorprendida… Y tú? – le pregunté.
- Pues estoy como tú, corazón – me miró – Pero te ha gustado?
- Si – le respondí nerviosa – Por eso estoy tan sorprendida. Y a ti te gustó?
- Mucho, me gustó mucho – por primera vez sentí en ella su reparo – Ya te comenté que solo había tenido sexo con mi esposo y tu eres la segunda persona que he acariciado y que me ha acariciado a mi.
- Gracias.
- Por qué me das las gracias?
- No sé… eres una mujer muy guapa y seguro que habrás tenido muchas oportunidades de estar con otras personas y es raro pero me halaga que lo hayas hecho conmigo.
Carmen cogió la bandeja y como ya habíamos terminado de desayunar la puso sobre la mesilla de noche. La vi tumbarse de lado mirando hacia mi.
- Ven – me dijo.
Me tumbé a su lado y nos miramos. Su mano acarició mi pecho y la sensación me hizo cerrar los ojos. Como con un resorte mi pezón se puso duro.
- Es extraña la sensación de acariciar el pecho de otra mujer – dijo mientras lo acariciaba con suavidad.
- Si, es una sensación muy rara.
- Te gusta que te lo acaricie?
La miré a los ojos y asentí con la cabeza.
- Tienes los pechos muy suaves y son muy sensibles.
Al bajar la vista comprobé que le gustaba acariciarme el pecho porque sus pezones estaban apuntándome endurecidos, cosa que me hizo acercar mi mano.
- Te gusta acariciar mis pechos? – me preguntó con voz agitada.
- Si, nunca pensé que me gustaría esta sensación.
No pude evitar taparle los ojos con la mano y, después de besarle los pechos, rodeé el pezón con los labios y lo chupé. Carmen suspiraba y acariciaba mi cabeza mientras yo succionaba y pasaba la lengua por él. Me excitaba hacer eso por primera vez en mi vida y sentir que le daba placer.
Me dio rabia escuchar la puerta de la calle. Era Eduardo que volvía de comprar el pan y con fastidio solté su pezón y me incorporé intentando disimular.
- Tranquila – me dijo – Entiendo lo que te pasa.
- No me siento preparada para que tú marido pueda verme haciendo eso. Lo siento.
- Es normal – me contestó – Creo que yo tampoco.
Cuando Eduardo apareció en la habitación, Carmen se había puesto el camisón y estaba sentada en la cama. Se miraron y ella se levantó para abrazarlo y besarlo en los labios y se dirigió hacia la puerta.
- Te traigo la ropa? – me dijo.
- Si, por favor.
Nos quedamos solos Eduardo y yo. Era la primera vez que nos veíamos sin Carmen delante desde la noche.
- Que tal estás? – me miró a la cara aunque también hacía los pechos.
- Bien – le dije – Quería agradecerte lo bien que me trataste esta noche.
- Tú también fuiste muy cariñosa conmigo – acercándose se sentó en la cama y me besó – Antes quería darte este beso pero no quería hacerte sentir incómoda delante de mi mujer.
- Yo pensé lo mismo – confesé.
- Vendrás más noches a cenar con nosotros?
- Supongo que si pero primero tendréis que invitarme y luego ya veré. Crees que tú mujer querrá?
- Seguro que si.
- Y tú quieres? – le pregunté.
Me iba a responder cuando por la puerta apareció Carmen trayendo en sus manos mi ropa. Lo primero que pensé al ver mis bragas en sus manos fue en lo mojadas que estaban cuando me las había quitado y que esperaba que se hubieran secado durante la noche.
- Aquí tienes, cariño – apoyó las prendas en la cama – Los zapatos están en el salón.
- Gracias – estiré los brazos para acercarlas a mi.
Cómo al entrar nos había visto hablando, se quedó de pie un momento y se alejó hacia la puerta.
- Os dejo que habléis, voy a darme una ducha.
No se por qué lo hice, pero algo dentro de mi me hizo levantarme de la cama e ir hacia ella. Si. Estaba desnuda pero me dio igual y me miró con cara de sorpresa al verme corriendo hacia ella. Al llegar a su lado la abracé muy fuerte.
- Eres tan buena conmigo – le dije mientras le daba muchos besos por la cara – Gracias…gracias.
- Ay que tierna eres, cariño – me respondió agradecida abrazándome también ella – Ahora quédate con mi marido y cuando salga de la ducha, si no estás, te llamaré esta tarde cuando él se vaya al partido. Quieres?
- Si, por favor – me separé de ella – Llámame por la tarde.
- Vale, después hablamos.
Al irse cerró la puerta. Me giré para seguir hablando con Eduardo y lo vi allí, sobre la cama, mirándome con esa cara de admiración que tanto me gustaba. Al girarme se fijó en mis pechos. Estos habían reaccionado con el abrazo que me acababa de dar con su mujer y Eduardo miraba fascinado mis pezones.
- Anda – estiró el brazo para indicarme que me acercara – Ven.
Obedeciendo sus palabras, me acerqué a su lado con paso lento y me quedé quieta frente a él. Nos miramos a los ojos y en ese momento sentí la conexión de nuestras mentes a través de la mirada. Sus envejecidas manos se posaron en mis caderas y sentí como las iba subiendo por los costados lentamente. En ningún momento apartamos las miradas durante ese viaje por mi piel cuyo destino los dos sabíamos cuál era. Podía percibir cada pliegue de su extremidad sobre mi piel joven y suave. En ese momento supe que aquellas arrugas conseguían excitarme más que cualquier otra mano que me hubiera acariciado antes, incluso las de mi marido.
Cuando iban a alcanzar su destino, agarré su mano entre las mías y se la acaricié pasando la yema de mis dedos por ella. A pesar de su edad era suave y la piel era fina, casi transparente. Eduardo miró fascinado como la acerqué a mi cara y después de pasarla por ésta se la besé con dulzura. Cómo una mascota agradecida por las atenciones de su dueño, en ese momento deseaba lamerla pero la vergüenza me lo impidió. Lentamente volví a posarla en el punto donde había interrumpido su viaje. Enseguida alcanzaron su destino y gemí de alegría.
Me acarició los pechos como tanto me gustaba. Ahora entendía su secreto de hacerlo tan bien, había tenido a la mejor de las maestras y Carmen me lo había demostrado en esa misma cama. Él había sido el alumno aplicado y en mis pechos aplicaba todos los conocimientos adquiridos.
La conexión de nuestras mentes le hacía saber todo lo que necesitaba y quedó comprobado cuando acercó su cara a mis pechos y los comenzó a lamer, besar, chupar.
No se en qué momento había desabrochado la camisa pero cuando agarrando mis nalgas me atrajo hacia él y sentí su poblado pecho en mi estómago, pubis, e incluso algunos de sus vellos rozar mi vagina, me estremecí como una hoja agitada por el viento. Ese roce, mezclado con el placer que me estaba regalando en los pezones con sus labios, hacia que mi vagina se inflamara apunto de explotar.
El alumno aplicado se dio cuenta de ello y me apretó más fuerte contra él haciéndome sentir desfallecer al sentir todos esos vellos colarse entre los labios vaginales. Mi coño palpitaba cada vez mas fuerte y supe lo que eso significaba. Él también lo sabía.
Esta vez fue ese leve mordisco en mi pezón, el que abrió las compuertas de mi vagina. A pesar de saber que lo iba a dejar perdido fui yo la que apreté mi coño contra su pecho y su cara contra mi teta. Desconozco cuántos chorritos salieron expulsados, pero mis piernas flaquearon y al caer de rodillas frente a él, tenía todo el pecho mojado y de sus vellos se desprendían gotas que terminaban cayendo sobre el pantalón.
- Perdona – le dije cogiendo la sábana y limpiando su pecho – Te he puesto perdido.
- Es maravilloso lo que te pasa.
Su pantalón estaba empapado y al mirarlo, pude darme cuenta que estaba abultado. Acerqué mi mano, la apoyé sobre su bulto y lo miré a los ojos.
- Me dejas hacerlo?
- Haz lo que desees, bonita.
No tardé en desabrocharle el pantalón y lo bajé, junto con su ropa interior, hasta las rodillas. Su pene apuntaba al techo y lo único que deseé al verlo fue tenerlo de nuevo entre mis labios. Se la chupé con ansia, en aquellos momentos me daba igual que supiera que me encantaba hacerle aquello y que se diera cuenta que me excitaba su sabor. Cuando sentí que se iba a correr, palpé sus testículos. De nuevo estaban pesados y supe que iba a llenar mi boca con su semen.
Gimió. Aumenté el ritmo de mi cabeza. Me sentí feliz al notar como comenzaba a expulsar el semen en mi garganta y logré tragarme todo.
Una vez vestida, salí de la habitación y al pasar por el baño, vi que Carmen se estaba secando. Asomando mi cabeza por la abertura que dejaba la puerta la miré.
- Carmen, me voy – le dije.
- Ah, hola cariño! – me miró con alegría – Pensé que ya te fueras.
- No – le sonreí – Me llamas por la tarde?
- Si, te llamo.
- Chao – le lance un beso desde la puerta.
- Chao, corazón.
En cuanto llegué a mi piso me dejé caer sobre el sofá. Me sentía totalmente confundida con todo lo que había pasado desde que había salido de casa la noche anterior. Repasé mentalmente todo lo sucedido; la cena, el bailar con Eduardo, la película… Todavía me resultaba increíble que hubiera sido capaz de irme de la mano de ese hombre a la habitación con Carmen allí, mirándonos. Recordé cada cosa que hicimos en la habitación y todo lo que sentía. Aquel hombre era un buen amante y lo que más me sorprendía era sentir que por una extraña razón me excitaba su cuerpo a pesar de la edad. Mientras recordaba todo aquello, me vino la imagen de Carmen y él momento en que nos habíamos corrido abrazadas mientras nos frotábamos contra el muslo de la otra. Jamás había sentido ningún tipo de curiosidad sexual con otra mujer y ahora no podía quitarme de la cabeza lo mucho que me había gustado chuparle los pezones. Recordar me hacía sentir deseos de masturbarme pero no quería hacerlo.
Me levanté del sofá y me fui al baño. Necesitaba darme una ducha, olía a sexo. Desnuda frente al espejo, acaricié mi cara en la zona donde horas antes había depositado su semen Eduardo después de atragantarme en su cama cuando eyaculó en mi boca con tan grande cantidad de líquido. Me ruboricé al pensar que me gustaba su sabor algo dulzón tan diferente al de Javier, mi marido.
Con las manos tapé mi rostro y respiré profundo. Amaba a mi marido y no podía estar pasándome eso. Cómo era posible que hacía escasos minutos le había hecho otra mamada a ese hombre y estar pensando que se lo volvería a hacer en ese momento si viniera a casa y me lo pidiera?
Me metí bajo el agua y me enjaboné bien. Tenía la zona genital y el pubis irritado por haberme frotado contra el pecho de Eduardo. De nuevo me venía su imagen, aquello no podía ser. Intentando sacarlo de mi cabeza pensé en Carmen y mis pechos reaccionaron de inmediato.
Necesitaba pensar en mi marido pero no era capaz. La última vez que habíamos hecho el amor hacia ya tres meses. Una eternidad teniendo tan reciente la mejor noche de sexo de mi vida.
Lloré bajó el agua. Lloré al sentir que la mejor noche de sexo de mi vida no había sido con mi marido sino con Eduardo y Carmen.
……
Me tumbé en el sofá después de comer y puse una serie para intentar distraerme un poco.
El sonido del teléfono me despertó, me había quedado dormida. Cogí el móvil de la mesa de cristal y vi que era Carmen.
- Hola, Mónica – me dijo con entusiasmo.
- Hola, Carmen.
- Uy, y esa voz? Estás bien?
- Me quedé dormida viendo una serie.
- Estarás cansada, cariño. Eduardo se acaba de ir al partido y pensé si querrías tomar un café conmigo, aunque igual prefieres descansar.
- Quieres venir tú hasta aquí?
- Vale, termino aquí unas cosas y bajo.
- Vale.
Tal como estaba quizás debería haberle dicho de tomar ese café en otro momento, pero la verdad es que también tenía ganas de verla. Me dejé estar en el sofá y decidí no cambiarme de ropa. Que más daba que me viera solo con una camiseta si ya me había visto desnuda?
Había pasado media hora cuando llamó al timbre. Al abrirle y verla me puse contenta. Esa mujer tenía el don de hacerme sentir bien con solo verla.
- Hola, cariño – también estaba contenta de verme.
- Hola – no pude evitar abrazarla – Pasa.
Me siguió hasta el salón y le pedí que se sentara mientras le preparaba un café.
- Toma – le ofrecí una taza de café con leche.
- Gracias. Que bien huele!
Me senté a su lado y la miré con timidez mientras revolvía el azúcar.
- Que tal estás? – me preguntó apoyando su mano en mi pierna – Tienes mala cara.
Como decirle que no había dejado de pensar en ella y en su marido? Que me había tenido que masturbar en la ducha y que a pesar de querer hacerlo pensando en mi Javier, no había sido capaz y ellos eran los que ocupaban mis mente?
- No dejo de darle vueltas a todo que pasó – la miré asustada.
- Pero te sientes mal? Ay mi niña – me abrazó y apoyó mi cara en su hombro – Yo solo quiero que estés bien.
- No entiendo que me pasa con vosotros – necesitaba desahogarme – Si me siento mal es por mi marido y no por vosotros. Hasta ayer pensaba que el sexo con Javier era lo mejor del mundo y me he dado cuenta que si, que me encanta hacer el amor con él pero hoy sentí cosas que nunca pensaba que existirían.
Me escuchaba mientras me acariciaba con dulzura la cabeza. Seguí hablando, quería soltar todo lo que me atormentaba.
- Nadie me había acariciado como vosotros y era como si deseara seguir sin parar. Me asusta pensar que es como si hubierais activado algo dentro de mi cuerpo y que no puedo dejar de pensar en vosotros – me quedé callada unos segundos y seguí – Al volver de vuestra casa…en la ducha… me sentía excitada. Intenté masturbarme pensando en mi marido pero me resultó imposible.
- Te masturbaste pensando en Eduardo?
- Si… En tu marido y en ti, Carmen. Es una locura!
- Cariño… - me dijo ella también nerviosa – Cuando os dejé en la habitación y me fui a la ducha, yo también tuve que masturbarme.
- Y que pensabas? Nos imaginabas juntos?
- Pensaba en ti. Por favor, no te asustes! Se me hace raro estar diciéndote esto pero pensaba en ti y en lo que pasó antes de dormir juntas. En la ducha aun tenía la sensación de lo que me estabas haciendo hasta que llegó de comprar el pan.
- Te gustó lo que te hacía?
- Muchísimo, cariño – su voz temblaba.
- Por eso querías quedar conmigo ahora? Para volver a sentirlo?
- Cielo, no te voy a mentir y pensaba si volvería a repetirse, pero lo que más quería era estar contigo y saber que estabas bien. A ti te gustó lo que sentías al hacerlo?
- Me gustó muchísimo también. Me dio rabia que llegara tu marido.
- Y te gustaría repetirlo?
- Creo que si.
Me encantaba sentir su caricia en mi pelo y en la cara. Me transmitía tantas sensaciones agradables que cerré los ojos centrando mis sentidos en su contacto. Sin apartar la cara de su hombro acerqué mi mano a su brazo y se lo acaricié lentamente. Abrí los ojos para mirarla y ella también los tenía cerrados. Los volví a cerrar para sentirnos.
Después de estar acariciando su brazo un rato, acaricié su cuello, su cara, su pelo. Ella acariciaba mi oreja, me hacía sentir escalofríos y acerqué mi cara a su cuello para olerla. Me preguntaba si Carmen estaría sintiendo lo mismo que yo y si tendría los pechos endurecidos como los míos.
Nerviosa, acerqué mi mano a su blusa y la comencé a desabrochar hasta abrirla de todo. La respiración de Carmen en mi oreja sonaba agitada y me gustaba sentirla respirar. Abrí los ojos y miré hacia sus pechos. El sujetador lila que llevaba apenas podía contenerlos y me excitó ver que uno de sus pezones asomaba por el borde de la tela como si hubiera escapado de su prisión para encontrarse conmigo. Sonreí. Pensé que quizás llevaba esperando por mi desde esa mañana pues era el mismo que había tenido entre mis labios. Acerqué mi mano y lo toqué despacio con la yema del dedo. Estaba durísimo. En mi oreja escuché su suspiro.
Cómo un juego entre nosotras pude descifrar sus sensaciones. Si se lo rozaba despacio, en mi oreja suspiraba. Si lo agarraba entre mis dedos el suspiro era más intenso. Si lo apretaba despacio, el suspiro se transformaba en gemido. Pero ese juego me estaba excitando mucho y no pude seguir porque lo único que deseaba era acercar mi boca a él.
Nunca imaginé que me pudiera dar placer chupar el pezón de otra mujer, pero sentirlo entre mis labios me provocaba pequeños pinchazos en el coño.
- Que placer me estás dando, cariño – me dijo entre gemidos mientras acariciaba mi cabeza – Me encanta.
- A mi también me da placer chuparlo – respondí excitada.
Sin dejar de mamar de su pezón, vi como el otro también asomaba por la tela. Lo imaginé celoso de su gemelo y lo acaricié para que supiera que él también iba a sentir lo mismo.
Llevaba un buen rato saboreándolos cuando Carmen me atrajo hacia ella y me besó los labios.
- Cariño – su mano acarició uno de mis pechos por encima de la camiseta – Me dejas hacértelo a ti?
- Me muero de ganas – la besé y me aparté de ella para quitarme la camiseta – Son tuyos.
Sentada en el sofá con la espalda apoyada en el respaldo, la vi arrodillarse entre mis piernas y solo con la manera que me miró las tetas me puso cachonda. Su manera de acariciarlas hizo que mis pezones se pusieran duros y necesitaran de sus besos. Me resultaba imposible no comparar sus caricias con las de su marido y no podría elegir cuáles me gustaban más, pero cuando acercó su boca a la punta de mis pechos me volví loca. Sabía que mis mamas eran sensibles pero no hasta ese punto. Me comía las tetas con tanta ansia que provocaba en mi coño pequeños espasmos y yo la miraba asombrada sin saber que me estaba haciendo exactamente.
- Carmen – le dije asombrada entre jadeos – Que me estás haciendo? No aguanto tanto placer.
- Disfruta, cielo – me miró con ternura – Me encanta hacerte disfrutar.
En mis pezones sentía su lengua, sus labios, sus dientes. Cada mínimo roce me llevaba al paroxismo del placer y sentía deslizarse por mis ingles un continuo fluir de líquido.
Cuando apretó los pezones con los dedos y sentí sus labios chupetear la punta comencé a temblar. Me miró sonriendo y tapé sus ojos con mi mano porque no quería que viera mi cara desencajada por el placer. Se apretó contra mi y sentí su pezón apretar mi clítoris. Estallé de gusto. Mis caderas comenzaron a golpear al aire saltando sin control. Estaba corriéndome a chorros contra sus tetas.
- Así, cariño. Disfruta – dijo apretando su pecho contra mi coño.
- Me muero de gusto – dije entre gemidos – Esto no puede ser real.
Mi mente se quedó en blanco. Desfallecida en el sofá, sentí que me estaba acariciando el interior de los muslos.
- Es precioso – escuché decir.
Con la mente nublada logré abrir un poco los ojos y la vi entre mis piernas mirando mi coño. Su cara era de satisfacción. Me costaba mantener los ojos abiertos y sentí sus labios posarse en el centro de mi placer.
- No…no – intenté incorporarme para evitar que lo hiciera – Está todavía muy sensib…..
Mi clítoris no soportó la sensación de ser atrapado entre sus labios y Carmen no me dejó apartarla. Un nuevo chorro salió disparado y le mojé la cara. La miré asombrada. Carmen se relamía y entendí que esa mujer, desde ese momento, podría hacer conmigo lo que quisiera.
La hice sentarse en el sofá y besé su boca con sabor a mi placer.
Entendió que no iba a aceptar un no por respuesta y me dejó desnudarla por completo. Si ella había lamido mi coño hasta hacerme correr dos veces seguidas, yo también quería saciar esa curiosidad que me carcomía las entrañas desde esa mañana.
Me miraba con reparo cuando le bajé las bragas y abrí sus piernas.
- No digas nada – le dije con autoridad – Yo también quiero hacerlo.
- Estás segura?
- Si – con mis manos a ambos lados de su coño lo abrí despacio, lo tenía empapado – El tuyo también es bonito.
Me sorprendió pensar eso pero era cierto. Sus labios menores sobresalían un poco y parecía una flor con aquel color pálido por fuera y rosáceo por dentro. Me salió de dentro acercar mi cara y darle un beso suave, cosa que hizo que Carmen diera un pequeño respingo. La miré a la cara y tenía las mejillas coloradas. Pasé el dedo esparciendo por los pétalos de su flor el flujo acumulado en el centro. Giró la cara hacia un lado y gimió.
- Mónica …
- Dime – le respondí sin dejar de acariciar sus labios.
- Me vas a hacer correr, cariño.
- Disfruta, cielo.
Sin detener mi caricia, vi asombrada como sus pétalos se iban abriendo. Vi su clítoris asomando con timidez y estaba muy rojo. Estaba presenciando en primera línea el nacimiento de un orgasmo en una mujer y me halagaba ser yo quien lo estuviera provocando.
Acaricié el centro de la vagina y pude ver cómo secretaba cada vez más flujo. Comenzó a palpitar primero despacio, luego más rápido. Carmen gemía cada vez más alto. La yema de mi dedo ascendió hasta el apéndice sexual que también palpitaba.
Temblores en sus piernas.
Masajee la cabeza del clítoris y su coño comenzó a abrirse y cerrarse como la boca de un pez fuera del agua. Fascinada vi como su coño se contraía y de pronto expulsó aquel chorro con fuerza. Gritó y se mordió la mano.
Se puede sentir ternura por un coño? Pues yo la sentí en ese momento al verlo tan agitado y expulsando aquellos chorros y, sin pensarlo, acerqué mi boca para besarlo, para lamerlo, en definitiva para llenarlo de mimos. Y me fascinó sentir que su coño no se sintió cohibido con mi boca pegada a él y regó mi boca, mi barbilla, incluso mi lengua, con un último chorro cálido que dejé que se deslizara por mi garganta.
Si ella estaba sorprendida y avergonzada, yo lo estaba igual o más. Ella por haberse corrido de esa forma y yo por sentir que había buscado que ese chorro terminara en mi boca. Nos miramos y nos comenzamos a reír a carcajadas por la locura que acabábamos de hacer.
- Sabe rico – le dije relamiéndome entre risas.
- El tuyo también – me respondió.
- Quieres decir, que?... – le pregunté asombrada.
- Si, cuando te corriste la ultima vez, abrí un poco la boca – me confesó.
- Serás… - me abalancé sobre ella y la abracé fuerte – Dios, no me puedo creer esto.
Antes de marcharse, decidimos darnos una ducha juntas. No pudimos resistirnos a la tentación de terminar masturbándonos una a la otra al estar excitadas después de enjabonarnos mutuamente.
Se fue antes de que llegara su marido a casa y comprendí que, a pesar de toda la confianza que tenía con él, prefería que no supiera nada de lo que acababa de ocurrir.
Cuando me metí en cama caí rendida, había sido un fin de semana lleno de emociones y estaba agotada tanto física como mentalmente.
Por la mañana me di de bruces con la realidad y no podía asimilar que estando casada hubiera sido capaz de entregarme de esa manera a mis vecinos.
Tanta era mi sensación de culpabilidad que estuve tentada de llamar a Javier, contarle todo lo que había pasado y pedirle perdón por haber caído en brazos de otras personas que no eran los suyos. No, no podía decírselo por teléfono y hacerle pasar por ese mal trago estando a miles de kilómetros. Se lo diría cuando volviera dentro de tres meses.
Me sentía desolada y, llorando, recordaba cuando Javier me había dicho que lo habían elegido como enlace de la unión europea en Senegal y que aquella misión duraría seis meses. Llevaba mucho tiempo preparándose para ese puesto y en aquel momento me sentí feliz por él.
Ni me imaginaba que el tiempo podía hacerse tan lento con su ausencia. Llevaba tres meses fuera y me parecía una eternidad y lo peor de todo era que aún faltaba el mismo tiempo para su regreso.
Ese día cambié mi horario de bajar a hacer la compra. No me apetecía encontrarme con Carmen en el supermercado. Después de hacer la compra me fui para casa y no salí de ella en todo el día.
Por la noche me costó dormirme y a cada momento pensaba en ella. Sentía que esa mujer se había instalado en mi cabeza y recordaba cada cosa que habíamos hecho, su voz retumbaba en mi mente, su olor. Maldiciendo mi debilidad me tuve que masturbar y por primera vez en mi vida lo hice pensando exclusivamente en una mujer, como no, en Carmen.
También el martes bajé temprano al supermercado. Mientras hacía la compra, en cada pasillo me parecía verla, me pareció escuchar su voz varias veces. No quería encontrarme con ella pero la echaba de menos. Tenía que ser fuerte y evitar caer en la tentación de hacer por coincidir.
Después de guardar la compra, me fui a la habitación. Allí me volví a masturbar y pensé en Eduardo para evitar hacerlo pensando en su mujer. Era como tener en mi cabeza a los dos rivalizando por conquistar mi deseo onanista. Los dos se agolpaban en mi mente y me corrí cuando recordé la boca de Carmen en mi coño.
Por la noche acepté que no podía luchar contra aquello y me imaginé mil cosas con ella. Cuando pensaba en Eduardo me sentía culpable por no pensar en Javier. En cambio, si lo hacía pensando en ella, la sensación era más de vergüenza pero, quizás por ser algo nuevo en mi vida, me excitaba mucho más y los orgasmos eran más intensos.
El miércoles cuando estaba llegando al supermercado la vi. Estuve apunto de dar media vuelta pero ella me vio. Me sentí una cobarde por mi actitud y caminé hacia ella. Parecía esperarme y reconozco que en mi interior sentí alegría por verla.
- Hola, Mónica – me sonreía alegre – Estaba preocupada.
- Hola, Carmen – respondí sin saber muy bien que decir – Perdona, no quería preocuparte.
- Ahora bajas más temprano a comprar?
- Si, estos días estoy bajando antes.
- Por mi culpa? – me miró preocupada – Es por eso?
- No es culpa tuya – no quería hacerle sentir mal – Soy yo.
- Mónica … - me sujetó del brazo con delicadeza – Se como te sientes porque a mí me pasa lo mismo. Ninguna de las dos esperábamos esto pero a veces no se puede luchar contra las emociones.
- Me siento mal por mi Javier.
- Cariño, yo tampoco le he contado nada a Eduardo – me miró a los ojos – Si, aunque no te lo creas me da vergüenza decirle lo que me pasa contigo.
Comenzó a llover y nos metimos en el supermercado.
- Quieres que hagamos la compra juntas? Si no quieres lo comprenderé y vendré más tarde.
- Si, hagamos la compra juntas.
Verme con ella haciendo la compra de nuevo me hizo sentir alegre. No me había dado cuenta de cuánto lo echaba de menos hasta ese momento. Si me paraba a ver el precio de algo, ella se quedaba mirándome y nos mirábamos con timidez pero sonriéndonos.
Al salir de hacer la compra estaba lloviendo mucho y llegamos al portal empapadas. Sin decirnos nada, Carmen me acompañó a casa.
- Madre mía! Que chaparrón! – le dije apoyando las bolsas en el suelo de la cocina – Espera - salí de la cocina y fui al baño a buscar unas toallas – Toma – le ofrecí una.
- Gracias – apoyando sus bolsas agarró la toalla.
Nos secamos el pelo en silencio. Las dos estábamos nerviosas y eso se notaba en el ambiente. De vez en cuando nuestras miradas se encontraban.
- Estos días estuve apunto de venir para saber si estabas bien.
- Perdona – le dije triste.
- … Pero me daba vergüenza – continuó diciéndome.
- Soy una tonta. Yo también pensaba en si estarías bien después de lo del domingo.
La veía secándose el pelo y estaba muy guapa así con el pelo revuelto. Me acerqué a ella y con mi toalla le comencé a secar el cuello.
- Estás empapada – le dije pasando la toalla con suavidad.
- Tú también – me miró a los ojos y con su toalla comenzó a secar el mío.
Mirándonos a los ojos nos secábamos una a la otra. Sus labios temblaban e imagino que los míos también. Me estremecí al sentir como metía la toalla un poco por mi blusa y se detenía buscando mi reacción. Deseaba que siguiera y para hacérselo saber desabroché los botones. Carmen hizo lo mismo con la suya.
- Hasta los sujetadores están mojados – me dijo.
- Si.
Me pidió que le sujetara la toalla un momento. Con las manos ahora libres me quitó la blusa y rodeándome con los brazos me desabrochó el sujetador para sacármelo. No se si era por la humedad de la prenda o por la situación, pero mis pezones estaban tiesos. Cogiendo de nuevo su toalla me comenzó a secar los pechos.
- Me sujetas la toalla? – le pedí ofreciéndosela.
Ahora fui yo quien le sacó la ropa y nos comenzamos a secar las tetas una a la otra. Ella también tenía los pezones muy duros.
- Como echaba de menos esto – le dije.
- Y yo, cariño.
Una vez nuestros pechos estuvieron secos, nos miramos y al mismo tiempo buscamos besarnos. Dejamos caer las toallas al suelo y nos abrazamos desesperadas.
Llevaba tres días pensando en ella, en sus pechos, en sus besos. Ahora los volvía a tener en mis manos y no en mi cabeza. Por su manera de acariciar los míos, supe que ella también extrañaba los míos. Por mucho que nos costara reconocerlo, las dos habíamos esperado ese momento desde el mismo domingo cuando nos habíamos despedido.
Mientras me besaba los pechos, yo acariciaba los suyos. Si era yo quien chupaba sus pezones, era ella quien jugaba con los míos haciéndome gemir. Durante el trayecto hacia la habitación nos íbamos parando para no perder ni un segundo de darnos placer. Al llegar a mi cuarto solo nos quedaban puestas las bragas y me encantó poner la mano en las suyas, sentirlas empapadas y saber que no era por culpa de la lluvia. Las mías estaban igual.
- Están empapadas, cariño – me dijo.
- Las tuyas también – le enseñé mis dedos mojados de tocar su prenda.
- Es que no se que me pasa contigo que me pones así.
- Tú también a mí – le dije metiendo la mano por sus bragas – Tócame por dentro.
Mientras nos masturbamos una a la otra le confesé que llevaba días haciéndolo pensando en ella.
- Yo también lo hice pensando en ti – me dijo entre gemidos – Me haces sentir como una adolescente que anda con las hormonas revolucionadas y tengo que tocarme seguido.
La tumbé sobre la cama y enseguida le quité las bragas. Me daba mucho morbo verle el coño tan cerca y no pude resistir las ganas de hundir mi cara en él.
- Que gusto me das, cielo – me decía entre gemidos – Dame tus bragas, por favor – me pidió casi suplicando.
Sin dejar de lamer cada rincón de su coño, hice lo que me pidió y le di mis bragas. Me excitó verla llevándolas hacía su cara y como las olía con cara de placer.
- Te gusta oler mis bragas? – le pregunté entre besos a sus pétalos vaginales.
- Si, me gusta – me dijo jadeando.
- Me gusta verte oliéndolas – abrí su sexo con mis dedos – Voy a oler tu coño.
Creo que nunca en mi vida estuve tan cachonda como en ese momento. Y, por lo que me decía, ella tampoco. Aquella mañana nos dijimos cosas inimaginables que ni con mi marido había dicho.
Le pedí, entre otras cosas, que me oliera el coño directamente, que me lo comiera, que quería correrme en su boca y se tragara todo. Le dije que me ponía cachonda cada vez que pensaba en ella, que me mordiera las tetas…
Ella, por su parte, me dijo que deseaba comerme el coño a todas horas, me pidió que le dejara comerme el culo, cosa que acepté y me volvió loca, me pidió que la follara con mi coño y que deseaba sentir mis chorros sobre el suyo.
Estábamos cachondas, desatadas, fuera de nosotras.
Todo aquello que nos pedimos, lo hicimos.
La cama parecía un campo de batalla toda en desorden, mojada por nuestros orgasmos. Nosotras, tumbadas sobre ella, abrazadas, besándonos como una pareja cualquiera mientras hablábamos.
- Por favor – me dijo besándome – No vuelvas a desaparecer.
- No desapareceré – la besé – Tienes razón y no podemos huir de lo que nos pasa.
- Será nuestro secreto. Ni Eduardo, ni Javier, tienen por qué enterarse de esto.
- Te da vergüenza que tú marido se entere? – le pregunté.
- Si, no creo que entendiera que me excite tanto una mujer.
- Pero el domingo por la mañana nos vio abrazadas en la cama desnudas.
- Si y me preguntó por eso. Le dije que estabas muy confundida por lo de irte con él y habíamos estado hablando.
- Y te creyó?
- Si. Toda la vida le dije que no entendía que hubiera mujeres que desearan a otras mujeres – se quedó pensativa – Y ya ves… Toda la vida pensando eso y ahora siento que deseo a una mujer mas que a nadie.
- Más que a tu marido? – le pregunté sorprendida.
- No te asustes pero si, cielo. No me preguntes por qué. Quizás sea por tu ternura, por morbo, curiosidad…No sé, pero el sexo contigo es alucinante y me vuelve loca.
- Te entiendo – le dije – A mi me pasa lo mismo. El sexo con mi Javier me encanta, incluso me encantó estar con tu marido y me dio mucho placer, pero contigo es distinto.
- Cariño tengo que preguntarte una cosa… - me dijo.
- Dime.
- Volverías a estar con Eduardo?
- Menuda pregunta… - le contesté – Como te acabo de decir me encantó estar con él y hay cosas que me sorprendieron.
- Como cuales?
- Uf, a ver… Me dio morbo su cuerpo, se que puede parecer raro al ser tan mayor pero que tenga tanto vello me dio morbo. También sus testículos que sean tan grandes – me daba vergüenza decir esas cosas de un hombre a ella, su mujer – Pero creo que lo que mas me sorprendió es el tacto de sus manos y su polla… el sabor de su polla y su semen.
- El semen de Javier no sabe así? – me preguntó con curiosidad.
- No, el de tu marido es más dulzón.
- Si que es dulzón pero pensaba que todos sabían así. No me has contestado…Volverías a estar con él?
- Si se dieran las circunstancias supongo que si – la miré a los ojos – Pero nunca lo haría a escondidas de ti y solo lo haría si a ti no te importara.
- Eres un cielo de persona – me besó los labios – Tengo que confesarte que el sábado al veros me daba morbo pero no sé que sentiría ahora.
- Y te gustaría comprobarlo?
- No lo sé, quizás si.
- El sábado cuando nos veías juntos en el sofá, estabas excitada?
- Si , no puedo negar que si lo estaba.
- El otro día Eduardo me preguntó si volvería a ir a cenar a vuestra casa – le confesé.
- Y que le dijiste?
- Que primero me tendríais que invitar. Que suponía que si me invitarais iría pero que no sabía si tú querrías.
- Quieres venir a cenar este sábado con nosotros?
- Si – le contesté nerviosa por lo que aquello supondría – Me gustaría ir.
Después de esa mañana juntas, volvía a sentirme contenta y me sorprendía a mi misma sonriendo sola cada vez que pensaba en Carmen. Aproveché la tarde para cambiar la cama y me sorprendí a mi misma oliendo la sábana intentando descubrir mi olor o el de Carmen en ella. Me di cuenta que olíamos igual, algo que agradecí porque a mí el olor de las corridas de mi vecina me gustaba mucho.
Después de cenar me puse a leer un rato pero al no conseguir concentrarme decidí dormir. No conseguía conciliar el sueño pero no quería masturbarme a pesar de sentirme excitada. Estirando el brazo cogí el teléfono para ver la hora. Nunca lo había hecho pero pensé en escribirle un mensaje a Carmen.
“ Duermes? “
Ya iba a apoyar el teléfono en la mesilla pensando que estaría dormida cuando me contestó.
“ No. La verdad es que no soy capaz de dormir. Y tu no duermes? “
“ Tampoco soy capaz de dormir “
“ Tengo algo de culpa yo en eso?” me escribió
“ Toda “ contesté
“ Tu también eres la culpable de que esté desvelada “
“ Eduardo duerme? “
“ Si , ya hace rato. Xq? “ me preguntó.
“ Por si podíais bajar a darme un besito de buenas noches” le dije.
“ Estás loca? “
“ Si, ya sabes por qué “
“ Estamos locas. Bajo a darte un besito y subo no vaya a despertarse mi marido”
“ Vale “
Me levanté de cama y fui corriendo hasta la puerta. La esperé con la puerta un poco abierta para poder asomar la cabeza y verla llegar. Enseguida bajó y en silencio la hice pasar.
Cuando me vio desnuda apoyada en la pared se quedó sorprendida. La miré con cara de niña traviesa y ella me miró de arriba abajo.
- No me dijiste que bajara para darte un besito de buenas noches?
- Si – separé un poco las piernas – Es que necesitaba de tu beso de buenas noches sino no podía dormir – bajé mi mano y abrí mi coño con los dedos – Me lo das?
- Dios! Pues claro que te lo doy – se arrodilló delante de mi y me miró – Te los daré siempre que los necesites.
Me encantó ver que a Carmen le había gustado que le pidiera eso. Allí en la entrada de casa me comió el coño con ansia y deseo. La situación, el morbo, lo cachonda que estaba y lo bien que lo hacía, hicieron que me corriera enseguida. La hice levantarse y la besé en la boca.
- Gracias, Carmen. Lo necesitaba.
- Gracias a ti por pedírmelo. Hazlo siempre que lo necesites mi niña.
- Quieres que te lo haga yo?
- Me encantaría pero tengo que subir no vaya a despertarse mi marido. Mañana me lo haces, vale?
- Si, mañana haré lo que me pidas.
- Tengo que subir. Dejé la puerta abierta para no hacer ruido – me besó en la boca – Ahora espero que puedas dormir. Hasta mañana.
- Yo también espero que puedas dormir – besé sus labios – Hasta mañana.
Al cerrar la puerta me vi en el espejo de la entrada y tenía una sonrisa dibujada en la cara. Ni con mi marido me había comportado de manera tan atrevida nunca.
Ya en cama me dormí enseguida. Que mejor remedio para el insomnio que un orgasmo para relajar el cuerpo?

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