📌El mecánico📌
| Samantha Smith acude, como cada tres meses, a la revisión de su vehículo a pesar de lo pesado y desagradable que le resulta. Mientras se encuentra en la sala de espera, no deja de preguntarse por qué acude siempre a esa cita sin falta. La pobre no tiene idea de que no ha ido allí por el coche. |
Samantha no estaba contenta. Estaba harta. Cada tres meses se veía en aquella situación. Ella apenas conducía y, sin embargo, cada tres meses era ella la que cogía el coche de su marido para llevarlo a revisión en el taller. Ni siquiera su reciente embarazo parecía haber servido como excusa para librarse. Pero lo peor no era que estuviera allí obligada, lo peor era, que se había obligado ella misma.
Había cogido las llaves del coche y había salido de casa, incluso llegándose a enfadar con Fred cuando le insistió en que ella iría al taller, que era responsabilidad suya. Y ahora, sentada en la sala de espera, acariciándose la barriga por inercia a pesar de que a sus dos meses de embarazo no se notaba, no entendía nada.
No entendía su insistencia por ir allí, o que llevase ya más de treinta minutos en aquella sala de espera que apestaba a aceite de motor y freno quemado. La simple perspectiva era ridícula. No le interesaba ninguna de las revistas de aquella sala, y su móvil no tenía cobertura, así que se le estaba haciendo eterno, porque además estaba sola en la sala de espera.
Samantha era una mujer que había tenido y había retenido. Cuando Thomas, su marido, la había conocido era una mujer de bandera, rubia, con un cuerpo de infarto y con unas tetas de esas que quitaban el hipo, un culo bien puesto y unas caderas de pasarela.
Después de diez años de matrimonio, se había dejado un poco, estaba algo rellenita, pero entraba dentro de lo que llamarían “gordibuena”. Suspiró y dejó la revista de pesca sobre la mesilla junto con el resto. Estaba muy cansada cuando finalmente la puerta se abrió y otra mujer salió de ella.
Le recordó a sí misma de joven, era la clase de rubia explosiva que ella había sido y por algún extraño motivo se sintió extrañamente celosa cuando la vio coquetear con el mecánico y despedirse de él con las llaves de su coche. Se mordió el labio cuando la vio dirigirse hacia su deportivo rojo.
_ Señora Smith. _ El mecánico se dirigió a ella finalmente.
Ella miró al hombre y se esforzó por contener una mueca de repulsión. Nunca le había gustado Howard. Era probablemente el hombre menos atractivo que había conocido en su vida. Era bajo, desgarbado y estaba gordo. Su cabello era ya escaso y tenía varias canas. Su rostro parecía el de un cerdo más que el de una persona salvo por la nariz, que era demasiado larga.
Y el mono de mecánico no ayudaba en absoluto. El azul estaba desgastado y estaba cubierto de aceite y grasa por todas partes. Sam se preguntó una vez más… ¿Por qué hacía aquello? Por qué cada tres meses iba al mecánico para una revisión de su coche, lloviera nevara o tronara. ¿Por qué ignoraba cuando su marido le sugería no ir o se ofrecía él?
¿Por qué tanta diligencia para ir a aquel antro a esperar con aquella pila de revistas que claramente no le interesaban mientras sonaba aquella música monótona y nada menos que para para encontrarse con aquel degenerado que no se molestaba en ocultar que le estaba mirando las tetas en aquel instante?
_ Como le decía, vamos a empezar con el equilibrado de las ruedas. _ Howard probablemente llevase un largo rato hablando y ella no se había dado cuenta. _ Pase para ir rellenando el papeleo mientras.
_ Sí, claro. _ Dijo, tratando de ocultar su molestia.
Tardó apenas un minuto en rellenar y firmar los papeles, y eso la llenó de angustia pensando en lo que iba a tardar el alineado y que tendría que volver a aquella sala de espera. ¿Por qué? ¿Por qué se sometía ella a aquello desde que había ido la primera vez en lugar de su marido tres años antes?
_ Bien, está todo en orden. _ Howard sonrió cuando observó los papeles y los metió en un cajón. _ Gracias por venir puntual como siempre, putita 332.
Y entonces un fogonazo golpeó la mente de Samatha como si fuese un camión. Su cuerpo se tensó por un instante antes de relajarse del todo y dejarse caer sobre la silla en la que se encontraba. Tenía los ojos en blanco y la boca entreabierta, dejando escapar un leve hilo de babas.
Por suerte o por desgracia, ese estado no duró mucho. La muñequita volvió a recomponerse y a colocar la cabeza en su sitio, pero su expresión había cambiado. Ya no estaba tensa ni agobiada, al contrario, tenía una expresión de felicidad absoluta que se notaba en su gran sonrisa y en una mirada desprovista de la inteligencia que tenía momentos antes.
_ Hola Sammy, ¿Me has echado de menos?
“Sammy” dejó escapar una risita coqueta y asintió, lamiéndose el labio. Sammy estaba muy contenta de estar allí de vuelta. Habían sido tres meses muy largos y aburridos que pasar teniendo que preocuparse de las facturas, los quehaceres de la casa y su embarazo.
Sammy no quería pensar en todas esas cosas, porque ella tenía claro qué era lo importante. Tenía que ir al taller cada tres meses, y esos eran los mejores momentos del año. Porque Sammy entonces tenía claro qué era lo que tenía que hacer.
_ Bueno, ¿A qué esperas? _ Preguntó Howard.
_ ¡Que tonta! Ya voy. _ Dijo ella, con una risita nerviosa.
Sam se puso en pie y empezó a abrirse la blusa mientras contoneaba su cuerpo en una especie de baile improvisado. No tenía la coordinación suficiente como para que fuese sensual, pero Howard estaba claramente excitado por cómo se le empezó a formar el bulto en el pantalón.
Sammy instintivamente se llevó el dedo a los labios… tenía el coño chorreando y los pezones duros como piedras, así que aceleró la forma en la que se desvestía. De ser por ella, había dejado la ropa tirada en el suelo, pero Howard la tenía bien enseñada.
Tras quitarse el sujetador y las bragas blancas y sosas, y mostrando su desnudez con total tranquilidad, guardó las prendas de ropa bien dobladas sobre un escritorio y finalmente se acercó a Howard, rodeándolo con los brazos y comiéndole la boca con ansiedad. Él instintivamente bajó la mano por su espalda hasta alcanzar un tatuaje que tenía justo sobre las nalgas. Este marcaba su número, el mismo por el que la había llamado antes, 332.
Howard era más bajo que Sammy, pero tenía la altura justa para meter la cabeza entre sus dos grandes tetas, lamiéndolas y sobándolas. La pálida piel de la muchacha se teñía de negro por la grasa de motor que cubría las manos de Howard.
Pero Sam estaba tan caliente que se follaría al mismísimo diablo en aquel momento, unas manchas de grasa le daban igual… de hecho… el hedor a sudor y grasa que despedía la ponía sobremanera… el refuerzo positivo de las visitas que ya habían hecho la tenían bien enseñada.
_ Mi amo es el mejor… _ Dijo Sam, frotándose el coño mientras él se mantenía centrado en esas tetas.
_ Sí, sí que lo soy… _ Howard le dio un buen azote en la nalga izquierda _ Vamos, de rodillas.
_ ¡Sí! _ Dijo Sam, lanzando un chillido de emoción.
A punto estuvo de hacerse daño en las rodillas por la forma en la que se tiró directamente al suelo y aferró el mono de trabajo para ayudarle a quitárselo. Sam pegó la cara contra los boxers de Howard, justo sobre la mancha de color parduzco que tenían en la parte baja de la entrepierna.
Sam sabía bien lo que era, una mancha formada por sudor, orina y restos de semen producto de que llevaba al menos una semana sin cambiárselos. Lamió con ansiedad, como si quisiera limpiarlo, aunque era una batalla perdida.
_ ¿Quieres empezar ya? _ Bufó él. _ De verdad, cada día eres más tonta.
_ Y más puta. _ Reconoció ella, con otra risita tonta mientras bajaba el calzón finalmente.
Howard tenía una polla significativamente grande para su tamaño, era incluso más grande que la de Thomas, que era un hombre mucho más alto y robusto que él. Las aletas de la nariz de Sammy se abrieron del todo cuando aspiró, esta vez con todas sus fuerzas.
Aquella polla apestaba con fuerza a orina, sudor añejo y semen con una intensidad sin igual. Pero por el momento, a pesar de las ansias que tenía, Sam sólo la tomó con la mano y reservó su lengua para acariciar las velludas bolas, tragando el sudor que las impregnaba como si fuera un dulce néctar mientras comenzaba una masturbación lenta y tranquila.
_ He visto a 727 salir… _ Le di un lametón recorriéndole el tronco, haciéndole estremecer. _ ¿Cuántas han sido hoy?
Howard dejó escapar un ronroneo ante las tareas bucales de Sam, que había atrapado ambos huevos entre sus labios y estaba haciendo gárgaras con ellas, provocando que la polla que le tocaba la nariz en aquel momento, diera botes de alegría.
_ Eres la cuarta… _ Se sacó los huevos de la boca y empezó a acariciarlas con la mano.
_ Y pienso ser la mejor. _ Dijo, competitiva.
Finalmente llegó su gran momento, cuando se metió aquella polla hasta lo más profundo de la garganta. Sam era una auténtica experta en las artes orales. Cuando se casó le repugnaban, pero en los últimos tres años cada vez que se acostaba con su marido había empezado a ser una costumbre chupársela cada mañana… y follar cada noche como animales.
Pero a diferencia de Samantha, que amaba profundamente a su marido, la fierecilla que en aquel momento estaba jugueteando con el capullo de aquella carne, sólo veía aquel sexo como entrenamiento con el objetivo de mejorar para ser la puta favorita de Howard.
Y por eso odiaba a la zorra de 727, que era modelo y estaba como un tren, pero que, evidentemente no sabía chuparla como ella porque no había podido escuchar gemidos como los que estaba provocando ella en aquel instante. Howard notó la cercanía con el orgasmo y le dio un tirón del pelo.
Sammy entendió el mensaje y se quedó frente a él, sujetándose las tetas con una gran sonrisa mientras él mismo se la sobaba como un mono y se corría en su cara y sus tetas de forma violenta. Ella se quedó quieta, sintiendo cómo la leche se escurría por sus mejillas y llevándosela a los labios cuando él hubo terminado.
_ Muchas gracias, amo. _ Sonrió, una sonrisa genuina. _ ¿Qué más puedes hacer esta putita por ti?
_ Sobre el escritorio. Dame ese coñito tuyo. _ Ella se levantó de un bote.
_ Encantada, cariño.
En la sala de espera, a apenas un par de metros de allí, había una mujer de unos cuarenta años, mirando una revista de pesca con aire distraído… de hecho, tenía la mirada perdida igual que su hija, de dieciocho, que llevaba un rato babeando sobre su teléfono ignorando el twitter que tenía abierto hace rato. Ninguna de las dos prestaba la más mínima atención a los gritos enloquecidos que Sammy prodigaba mientras le rellenaban el coño ni al ruido de sus tetas brotando contra su abdomen hasta que le llenaron el coño de semen.
Howard lanzó un gruñido satisfecho mientras se salía de ella… pero la putita 332 se seguía corriendo sobre la mesa mientras gritaba y se derramaba. Se dejó caer en el escritorio, cerrando los ojos.
Samantha pestañeó rápidamente. Tuvo la sensación de que se había quedado abstraída en el despacho de Howard.
_ Como le decía, ya hemos terminado con el equilibrado, ya puede irse. _ Howard le pasó las llaves. _ ¿Nos vemos en tres meses?
_ Ah… sí, aquí estaré. _ Samantha sonrió, se sentía repentinamente de buen humor, incluso la sonrisa de degenerado de Howard había dejado de importarle. _ Hasta entonces.
Samantha se puso en pie, apretó las llaves contra sus dedos. Se relamió instintivamente, tenía un extraño sabor en la boca… uno agrio que no supo identificar, pero que le resultó extrañamente agradable. Se puso en pie y se dirigió hacia la puerta.
_ Y cuida de mi hijo, Sammy. _ La rubia se detuvo.
_ ¿Qué ha dicho? _ Le preguntó, confusa.
_ Que le deseo mucha suerte con su hijo, Samantha. _ Howard alargó la sonrisa.
_ Ah… gracias. _ Salió por la puerta, negando con la cabeza, y pasó al lado de una mujer que, acompañada de su hija, entraban en la sala que había dejado. Ella no lo notó, pero ambas llevaban camisetas holgadas y ambas llevaban sendos tatuajes iguales al suyo, numerados como el 128 para la madre y el 821 para la hija.
Samantha no estaba interesada en esas mujeres, sólo en lo extrañamente caliente que se sentía… aquella noche iba a follarse a su marido como hacía meses que no lo hacía.
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Reviewed by xx
on
agosto 10, 2022
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