📌Una maravillosa viuda, vuelve a disfrutar del sexo📌
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Llevaba un año separado de Mirian. Aunque había pasado la peor etapa aún seguía acordándome de ella después de pasar diez años juntos. Me veía con treinta y seis años solo, y con una manifiesta pérdida de interés en ninguna de las chicas que conocía. El deporte y la lectura, se habían convertido en mis dos aliados.
Alex, mi mejor amigo desde la época de la universidad, cuando estudiamos Económicas en la Complutense en Madrid, trataba de hacerme la separación más llevadera. Marta, su mujer, y él, me invitaron a una fiesta que hacían cada año al inicio del verano en su casa del Puerto de Santa María en Cádiz, donde él había veraneado toda la vida, y se quedó con la casa de su padre al fallecer éste.
—¡Que alegría Pablo! —ya era hora que te dignaras a venir al Puerto.
—Hola Alex. Me hace mucha ilusión pasar aquí unos dias.
Marta había preparado el jardín con un look muy verde, con muchas flores, como sacado de una revista de jardinería. La invitación rogaba asistir vestido de blanco con adorno verde, para crear un ambiente ibicenco andaluz. A las nueve, todavía andaba la gente de servicio revolucionada preparando los últimos detalles de la fiesta de la noche, las mesas ya estaban repartidas por la terraza, y una música chill out sonaba, mientras empezaban a acudir los invitados.
Según iban llegando, Marta y Alex recibían e iban presentando a los nuevos. La mayoría de ellos se conocían desde hace años, de verse cada verano.
—Maca, este es Pablo, uno de mis mejores amigos. —me introdujo Alex—. Ella es desde hace años, la mujer más interesante del Puerto.
—Encantado de que traigas a tus amigos guapos de Madrid —me saludó una señora subida en unos tacones desde los que sus ojos se ponían a la altura de los míos.
—Muchas gracias Macarena. La verdad es que esto es precioso y la gente de Cádiz es tan acogedora.
—Es bueno ir viendo caras nuevas….
Macarena fue amiga de la madre de Alex, unos cincuenta y cinco años. Hablaba con ligero acento del sur, con un tono sensual. Era algo más baja que yo. Se había dejado rizada en las puntas su larga melena rubia. El verde de sus ojos poseía un imán que te atraía a no dejar de mirarlos. Venía con un vestido de gasa blanca suelto que dejaba al aire unos brazos bronceados, de piel canela, y un generoso escote, que dejaba entrever el inicio de sus pechos firmes. Enseñaba la cintura, firme y esbelta, de una discreta elegancia que solo las mujeres como ella saben lucir
Su marido había fallecido hacía dos años. Estaba en Londres cuando ocurrió, donde pasaba parte del tiempo. Eran propietarios de una bodega en Jerez, su residencia de invierno. Su negocio lo dirigía ahora su hijo mayor, amigo de Alex, que residía en Inglaterra.
Estuvimos hablando aislándonos del resto de la fiesta hasta que Alex llegó a rescatarme. En un aparte me recordó que si la hubiera conocido hace unos años, era una actriz de Hollywood. Llevó a locos a toda su pandilla. Era íntima amiga de la familia y había estado jodida desde que falleció su marido, aunque este verano se la veía recuperada.
Trataba de relacionarme con todos. Aproveché y me uní al grupo de amigos de Teo, el hermano pequeño de Alex, de veintiocho años, al que conocía desde pequeño, con el que me llevaba muy bien, que estaba con unas chicas que eran hijas de algunos de los invitados. Hablaban de irse después de copas a una terraza de Puerto Sherry. Sabiéndome desparejado, me animaron a irme con ellos. Seguramente para que pagara las copas.
Me pedí otro rebujito. Me encantaba la combinación. Me uní al grupo de Alex, que hablaba con dos señores más, en el que también estaban Marta y Macarena y otras dos amigas hablando de un nuevo restaurante de moda, abierto ese año en el Puerto. Había una mezcla armónica de amigos de los padres de Alex, amigos de ellos mismos, y luego una parte más joven con Teo y su grupo.
Me retiré a un extremo del jardín desde donde se divisaba la bahía. Echaba de menos a Mirian, o quizás no tanto a ella, sino a la vida que hacía con ella. Hoy sería mi pareja como Marta lo era de Alex, y por la noche nos iríamos a la cama juntos comentando la fiesta.
La noche era preciosa, la luna se mostraba ambiciosa, reflejándose en el mar. Una enorme e iluminada plataforma flotante pasaba por el frente, perfilado su casco con África al fondo, en el escenario de un tráfico marítimo intenso.
—Hola señor ¿Está solo? — una voz que reconocí desde atrás y unas manos que se posaron sobre mis ojos.
—En realidad, vine a pedirle a aquella estrella, que me enviara una sirena.
—Siento no serlo.
—Tan fantasioso es pensar que las sirenas existen, como lo era para mi pensar que existían mujeres como tú. —dije girándome sonriendo.
—En todo caso sería la madre de la sirena.
—Si tu pelo fue rojizo, parecerías Ariel, la madre de Melody.
La sonrisa que me regaló merecía toda la fiesta.
—Eres divertido y educado. Te pareces a Alex.
—Somos amigos desde hace años. Algo se me habrá pegado. Compartimos gusto. No sé como serán el resto de señoras de esta tierra, pero dudo de que haya ninguna como tú.
Nos quedamos mirando los dos. No sé si eran las copas, o la hora, en la que los jóvenes empezaban a marcharse, deberían ser la una o las dos, o era el brillo que mostraban los ojos de Macarena que se me ocurrió una propuesta.
—¿Nos escapamos?
—¿Lo dices en serio? ¿adonde?
—A pasear por la arena descalzos, a sentarnos y ver las olas romper en la orilla, a ver si hay sirenas en la playa, ¡qué más da!
— ¿Como explico que dejo la fiesta contigo? Sigo siendo la viuda a consolar.
No dijo no, solo me pedía que le encontrara una excusa.
—Di que te marchas—me ilusionaba la idea conforme avanzaba—. Te espero fuera.
Apareció en unos minutos. Me recogió en su coche y aparcamos frente al mar, con todo el espacio libre a esa hora. Le di la mano, mientras bajamos al paseo de madera, que recorría las playas de las Redes y llegaba hasta Punta Bravía, a lo largo de unos tres kms.
Se interesó por mi trabajo del que me oyó hablar con Alex. Trabajaba en banca de inversiones, y barajaba la idea de establecerme con otro colega, en un despacho independiente, con la idea de manejar nuestro tiempo. No era noche para hablar de desamores, en treinta minutos había olvidado a Mirian. Me escuchaba callada, con pequeñas interrupciones para comentar algo.
—Quiero reencontrar el placer de la vida en cosas sencillas. Como este momento —le dije.
—Yo vengo de mucha tristeza. No te voy a decir que vivía una historia de amor porque no era así. Pero al fallecer mi marido, me sentí más unida a él. Como en deuda por no haberle dado más en los últimos años. Y es cierto, un momento como este, es un verdadero placer.
Desde que había vuelto a salir con amigas hacía unos meses, se sentía mejor. Si fuera capaz de olvidar de que perdió un marido, lo tendría casi todo. Posición, salud, dos hijos estupendos, amigos que la apoyaban, aunque alguno querría algo más. Solo unas pequeñas nubes en el futuro de la bodega.
—No consigo olvidar a Luis. Mis hijos viven en Madrid y en Londres. Me he refugiado en la bodega, voy todos los dias. La herencia del vino viene de la familia de mi marido, yo estudié Farmacia y me habría encantado tener mi propia botica, pero no luché por ello entonces y después, pasado el tiempo, me enamoré de ese mundo.
Al llegar al final de la playa donde se formaban un malecón de rocas, se me ocurrió una idea.
—¡Bañémonos! La noche es increíble.
No se podía dibujar una noche más cómplice con una pareja. El melodioso sonido del mar rompiendo en las rocas invitaba a bailar sobre las olas.
—Estás loco. Ni siquiera traemos bañador.
—Seguro que tienes una ropa interior preciosa, y yo estreno bóxer para la fiesta.
—No puede ser. Aunque a veces parezca más joven, la edad está ahí. Lo siento.
Nos despedimos, agradeciéndole lo bien que lo había pasado esa noche con ella. Al día siguiente me llamó, se había despertado pensando en mí. Se sintió halagada por mi atención, y temía que pensara que se comportó como una niña.
—Disfruté tanto como tú. Fue una noche preciosa.
Bajé a la playa con Marta y Alex. Había otra pareja amiga. Y sobre la una, apareció ella. Si en la fiesta se la veía joven, su imagen playera no cambiaba mi opinión. Cuando el sol apretó fuimos todos a bañarnos. Se despojó del pareo, mostrando un espectacular cuerpo en bikini. Su pecho, voluptuoso, parecía firme. Su cintura quizás ya no era la que fue, pero debería estar en una cuarenta, su culito alto.
—¿Que miras tanto?
—Mirar no. ¡Admirar!
La vi salir corriendo para entrar rápido, conociendo la frialdad del agua de allí, y la imité. Nos zambullimos inmediatamente. La veía más atractiva aún que anoche. Cuando trató de hacerme una aguadilla, le sujeté las manos, quedando nuestras bocas a escasos centímetros. La dejé libre inmediatamente, temeroso de haberme pasado, y de que Alex pudiera pensar nada, y ella, que se había quedado también sorprendida, reaccionó hundiendo mi cabeza en el mar.
Comimos todos en el Demente, uno de los chiringuitos de la playa, ubicado frente al mar, con una decoración muy original, cuadros colgados apaisados en el techo soportando plantas cayendo de ellos. Me sentía de maravilla, en esos días de relax. Por primera vez en un año, una mujer me resultaba interesante. Es cierto que era mayo, pero ¿qué más daba? Decidí a invitarla a salir esa noche. Alegué con Alex, que había quedado con unos amigos de Madrid, que andaban por el Puerto.
Macarena llegó a recogerme en un Mini Cooper, rojo, descapotable. Nos saludamos con dos besos y me propuso ir a Cádiz. Prefería salir del Puerto, nos sentiríamos más cómodos.
— Vamos al Faro, un restaurante marisquería muy conocido en Cádiz. Nos será más fácil aparcarlo que el Audi.
—Con este coche, has rejuvenecido diez años, pero sigues tan preciosa como anoche.
—Con diez años menos, aun te sacaría, ¿otros diez?, pero no voy a negar que suena bien.
—Todos albergamos varios yos. Solo hay que saber cuándo mostrar cada uno de ellos. Por ejemplo, ahora, eres una señora viuda, eso es indudable. Pero durante la fiesta se despertó la Macarena mujer que echó de menos sentirse cortejada, escuchada. Esta mañana en la playa, eras la Macarena niña que deseaba jugar a las aguadillas.
Me atraía irremediablemente, pensaba en follármela, pero lo que le decía era cierto. El tiempo de estar desinteresado en ligar, me había hecho desarrollar una sensibilidad diferente, como un detector de piel que me permitía captar lo que las personas esperan contigo, y de esa forma te facilita acercarte a las personas que te interesan.
—Me resultaste agradable desde el primer momento. Tu atrevimiento a proponerme escaparnos de la fiesta, me alteró. ¡Aún no me explico lo que me ocurrió!
—No estaba planeado. Pero nadie se puede resistir a una diosa en forma humana. Estabas bellísima.
—¿Cómo se explica que me sintiera tan bien paseando por la playa a tu lado? Hasta dudé de bañarnos. Eso sí, solo un segundo.
—El corazón tiene argumentos que la razón no entiende.
—No te exagero, si me han propuesto salir a una cena como esta, más de cinco señores.
—¿Cinco? Me parecen pocos. Esos solo son los que se han atrevido.
El paseo por el casco antiguo de Cádiz, no podía ser más romántico. En un momento mi mano cogió la suya, pero después de unos segundos de apretarla, la soltó.
—No puede ser… y lo siento —dijo con resignación.
No volví a hacer ningún amago de acercamiento, era consciente de que en cualquier momento podríamos encontrarnos con algún conocido suyo y le sería difícil de explicar. Era una diosa bajo los rayos de luna y yo un simple mortal, pero la iba a hacer mía.
Regresamos caminando hacia el parking donde dejamos aparcado su coche. Antes de que arrancara el motor, le paré la mano.
—Espera un minuto, Macarena. En el Puerto, será más difícil despedirnos.
Le cogí las dos manos. Nos miramos. Y nos dimos un beso infantil.
—No le des más vueltas a tu cabeza, esto es real. Pero no te pediré nada que no puedas dar—y ante su parálisis de movimientos, añadí—. Es lo que me pasa por fijarme en una adolescente.
En la puerta del chalet de Alex, nos despedimos de la manera más casta.
—Perdóname mi forma de actuar, no esperaba todo esto. ¡Me estás haciendo recuperar sensaciones que creía olvidadas! —exclamó—. Eres un caballero.
El viernes habían organizado unos amigos de Alex, una salida en barco, desde Puerto Sherry. El dueño del catamarán era uno de los señores que conocí en la fiesta. Una nave preciosa, con un camarote suite espectacular y otros cuatro más. La zona del salón aprovechando que en este tipo de embarcación el espacio libre es mayor, resultaba espaciosa, como la de un piso. En una zona cercana a Sanlúcar de Barrameda, a la que no nos acercamos por sus arrecifes, bajaron a bucear con botella Manolo, el hijo del patrón y Alex. Era un fondo muy rico con antiguas construcciones romanas y pecios hundidos. Yo bajé sin botella hasta cinco metros, contemplando un fondo marino precioso. Macarena, espectacular en bikini, buceando a mi lado, era la sirena madre, Atenea.
Resultaba difícil contenerse ante ella, su sonrisa, delataba un estado de felicidad renacida desde hacía tiempo. Comimos en el barco, en una mañana idílica de viento, en un fondeadero cercano, la desembocadura del Guadalquivir en Sanlúcar, con una vista impactante. Resultaba difícil evitar nuestras sonrisas al mirarnos, escudados en que su imagen de inabordable, evitaba que nadie pudiera pensar nada sobre nosotros.
Regresamos a Puerto Sherry bien avanzada la tarde, después de un día precioso. Por la noche Marta y Alex me llevaron al Puerto, al pueblo, a cenar al bar Er Beti, en una callecita super animada, para que conociera el casco antiguo, antes de marcharme mañana, donde les invité yo, para agradecerles su amabilidad conmigo. Después fuimos a tomar una copa antes de irnos a Puerto Sherry, a la Cristalera, un pub divertidísimo a orillas del Guadalete, justo al lado del parking donde habíamos aparcado, y donde quedamos con Macarena invitada por Marta, que veía complicidad entre nosotros. Se arregló muy juvenil, para decir, aquí estoy.
—Has caído genial a todo el mundo—me dijo Marta, la celestina—. En especial a Maca—sonrió. Es una mujer maravillosa, que parece que está saliendo de su luto.
Sobre la una, Alex y Marta decidieron marcharse, y cuando nos disponíamos a irnos todos, Alex sonrió al decirme.
—No seáis tontos, quedaros vosotros. Se nota que habéis congeniado. Os conozco a los dos, tu necesitas olvidar a Mirian, y tu Maca, debes olvidar ya a Luis.
—Os queremos a los dos, disfrutad, ¡pero sed buenos! —nos aleccionó Marta.
Nos quedamos mirando, riéndonos. Nuestro secreto a la luz pública. Era una mujer para inmolarse en su altar, arder en él a fuego lento, manteniendo la llama viva para que no se nos pasara el arroz. La saqué a bailar sin necesidad de que hubiera pista de baile. Seguimos un rato más disfrutando de la maravillosa noche gaditana.
Antes de dejarme en casa de Alex, se dirigió a la zona de aparcamientos preparados para los coches que iban por la mañana a la playa, y que por la noche estaba apenas ocupado. Tiró de mis manos hacia sí, y me besó. Me solté de ella, la apreté contra mí, cerró sus ojos y la transporté al otro lado de la bahía en su imaginación sin dejar de besarla.
—¿Ves? Como dos adolescentes … que están encantados besándose en los asientos de un coche. Afortunadamente has venido con el Audi.
—Siento ser tan poco atrevida. Supongo que deberé de avanzar.
—Haz lo que consideres, yo no tengo ningún derecho Macarena. Me iré mañana.
—Hoy, mientras buceábamos, te veía tan guapo que me habría gustado estar solos bajo el mar —exclamó mirándome a los ojos—. ¡me siento tan bien a tu lado!
Sin decir nada, estiró sus manos por detrás, forcejeó y se sacó el sujetador por arriba. Me estaba invitando a disfrutar de su pecho. Acerqué mis manos hasta pasarlas por debajo de su camiseta de Dior. El contacto de mis manos, le produjo un gemido sordo de placer. Cerró sus ojos invitándome a besarla. Unimos las bocas como dos náufragos, que han encontrado una balsa donde asirse.
—Esto es un paso muy grande Pablo.
Mis manos parecían haberse contagiado de algún pulpo que hubiéramos visto al bucear, me faltaban manos para acariciar y masajear su pecho. En una postura forzada, acerqué mi boca, y me deleité de sus pezones. Era mucho más premio del que esperaba. Maca estaba deseando volver a sentirse mujer, solo necesitaba que la dejaran llevar su ritmo. Como capitana del barco, y dueña del coche, conocía el mecanismo para abatir mi asiento, cuando me tuvo en horizontal, se cambió de posición conmigo. Debía ser de la generación del misionero, y no iba yo a cambiarle sus costumbres la primera vez. Por debajo de su falda le bajé su tanguita. Sin perder la posición, y con esfuerzo, conseguí bajarme el pantalón, el tiempo que necesité, sin más preámbulos, con el empalme que llevaba, para penetrarla, disfrutando del morbo que daba la situación. Su cara reflejaba una mezcla de placer y miedo, y no fui capaz de aguantar mucho tiempo en esa posición, en esa situación, y disfrutando de ese bellezón.
¡Qué suerte haber llevado un Audi en lugar de un Simca 1000! Desde la Universidad, el coche dejó de ser el lugar utilizado para este menester, aunque siempre era un último recurso.
Cuando me dejó en la puerta de la casa de Alex, nos quedamos callados. No queríamos despedirnos.
—¿A qué hora sale tu vuelo?
—A las cinco de la tarde.
—Si quieres mañana, salimos temprano para Jerez, te enseño la bodega y después de comer, te dejo en el aeropuerto.
Asentí besándola. Cuando arrancó, lo último que vi fue su mano saludando y su sonrisa alejándose de mí.
Alex entendió que me llevara Maca al aeropuerto, con la excusa de hacerme un recorrido por la bodega, que ellos conocían, y sabía que iba a disfrutarla. Les agradecí su hospitalidad, y les reconocí que me había sentido muy bien con ellos y sus amigos.
Me recogió temprano, queríamos aprovechar el tiempo. Su cara reflejaba el cambio experimentado tras el polvo de anoche en el coche, del que no comentamos nada. Al llegar a la bodega, dejó instrucciones a una señorita en los cuarenta, con un aspecto muy cuidado al estilo jerezano, presentándome como responsable de una banca de inversiones, lo que confirmé dejando mi tarjeta, para que me atendiera hablándome un poco de la historia de la bodega, mientras ella hacía unas gestiones en las oficinas, y se reincorporaría en breve
—Las bodegas esconden mucha historia entre sus muros y paredes —empezó a contarme esa señorita—. Una conexión única entre la arquitectura, temperatura, meteorología y arte, unida a su situación geográfica estratégica, próximas al Guadalquivir, el Guadalete y su cercanía con el océano Atlántico, ha sido esencial para crear los vinos del Marco de Jerez, unos vinos insuperables.
» Las bodegas durante muchos siglos han sido el emblema principal de las ciudades de la región, dedicadas sobre todo a la producción de los vinos, principalmente pero no solo, el Puerto de Santa María, Sanlúcar de Barrameda y Jerez. A los diferentes grupos de viñas, con tierras homogéneas y, en general, delimitados por accidentes topográficos, les llamamos pagos.
Estaba tan enfrascado en su explicación que no percibí que Macarena se había unido a nosotros en silencio y disfrutaba de ver mi expresión de sorpresa ante ese magnífico espectáculo arquitectónico y las explicaciones de esa simpática jerezana.
—¿Interesante? —dijo educadamente
—¡Ah! No la vi llegar. Mucho. Fascinante. Estos arcos son impresionantes.
—Ya sigo yo con el recorrido Matilde, gracias.
Cuando desapareció su asistente, me dio un beso digno de ese lugar.
—Que feliz de que quieras compartir conmigo, tu paraíso —dije.
—Y yo de que hayas querido venir. Déjame que te cuente …
» Esta bodega es de 1870. Después de la segunda mitad del siglo XIX comenzaron a construirse lo que ahora se llaman bodegas catedrales. Los muros están construidos de un material específico anti humedad, con un espesor de más de medio metro, para mantener aislamiento térmico de la temperatura idónea en la elaboración de los vinos. El suelo también juega un papel fundamental en la humedad de las bodegas, suele ser de albero, la tierra alberiza, manteniendo el interior fresco y húmedo en épocas de verano, cuando la temperatura sube y el clima es tan seco.
—Ahora están de moda las bodegas realizadas por arquitectos estrella como Frank Gehry— comenté recordando la que visité en la Rioja, la de Marqués de Riscal.
Estaba guapísima en su faceta de divulgadora. Llevaba un sencillo traje amplio de verano, con unos enormes girasoles sobre fondo negro, de finos tirantes, sin mangas. Sus alpargatas en cuña, del tono del amarillo de los girasoles.
—Eso solo se lo pueden permitir las bodegas de la Rioja y Duero. Conozco las de Protos de Foster o la de Richard Rogers en Portia, ambas en Ribera del Duero. También la que dices de Marqués de Riscal. Un empresario jerezano, Domecq encargó una bodega a Calatrava, en la Rioja y tuvieron durante muchos años un pleito millonario por defectos en la cubierta, porque una bodega no es solo un edificio.
—¿Y no habéis tratado de buscar ese enfoque más moderno de turismo enológico? —pregunté con mi mente cuadriculada de análisis de inversiones.
—Aquí ha habido en momentos de esplendor grandes arquitectos. En las épocas de auge del negocio los edificios bodegueros eran símbolo de pujanza de las empresas y de sus dueños, en los que la función a la que estaban dedicados quedaba en segundo plano en beneficio de la voluntad de crear imagen de marca. Aquí han construido bodegas Eiffel, o Eduardo Torroja, el ingeniero más importante español, que ahora es más conocido por su nieta Ana de Torroja de Mecano.
—Por qué son de tanta altura las bodegas?
—La altura determina cuánto volumen de aire puede albergar, imprescindible para la crianza del vino, como lo son las ventanas, situadas a gran altura y cubiertas de esteras de esparto, evitando que pase la luz solar, pero favoreciendo así su ventilación.
Al pasar por una zona de la bodega donde había una penumbra, iluminada desde la cúspide, creando un microclima fresquito, aislado del calor exterior, atrapé a Maca por detrás y comencé a besarle su cuello mientras me aferraba a su pecho, y me arrimaba para que supiera que mi polla la extrañaba.
—Siento no haberte podido hacer el amor en una cama, pero no puedo irme sin follarte de nuevo—le dije.
—He dado orden de que no te dejen salir, si no ven en mi cara de satisfacción.
Me alegré de que hubiera elegido ese vestidito fino con tirantes, que me resultó fácil quitárselo. Seguíamos en la misma postura, no sé si porque no se atrevía a mirarme, o porque disfrutaba siendo embestida desde atrás. Ella misma se quitó el sujetador para recibir de la piel de mis manos las caricias que prodigaba a sus firmes pechos. Pero no era timidez a verme. Se giró mirándome retadora mientras desabrochaba mi cinturón y me bajaba los pantalones.
—No tenemos todo el día —y su vista desapareció hacia abajo, donde se metió mi polla en su boca, trabajándola como si estuviera vendimiando. Su cara se transformaba, de virgen en lasciva, no sabía cuántas pollas se habría tragado, pero sabía lo que hacía. Aunque trabajó bien, no obtuvo vino, al menos no era tinto, lo que sacó de mí fue mosto blanco, de lo que en el último momento avisé para no mancharla.
—Siento no haberte follado de despedida.
—No sientas nada. He ido a la oficina, a cambiar tu billete. Vuelas mañana. Esta noche podrás agradecerme la visita tranquilamente —sonreía traviesa—. Después de dos años, no pensarás que iba a conformarme con un polvo en el coche.
Su forma de decirlo, y su expresión, mostraban otra Macarena diferente a la que había conocido esos días. Al acabar el tour me llevó a comer a un restaurante jerezano, abiertamente, dado que frecuentemente recibía proveedores y clientes, y hacía relaciones institucionales con ellos.
—Espero que no prodigues este tipo de visita guiada.
—Quizás te cueste creerlo, pero eres el primer hombre en mi vida, desde que enviudé.
—Claro que te creo. Me ha sorprendido, tu conocimiento y forma de explicar, con claridad y seguridad.
—Una vez que renuncié a la farmacia, decidí que éste era mi mundo y traté de conocerlo. Y si te dedicas al vino, acabas amándolo.
Mientras caminábamos, vimos escenarios de rodaje, nos cruzamos con movimiento de cámaras y personas vestidas de época.
—Ahora se ha empezado a rodar una serie la Templanza, basada en el libro de María Dueñas. Nos va a dar visibilidad.
—Leí la novela y me encantó.
—Las bodegas que se han elegido son las de Gonzalez Byas. Y aparecen varios palacios de la nobleza jerezana como el de Campo Real, de los Domecq.Pero en el aspecto imagen vemos detrás de otras Denominaciones de Origen.
Me confesó estar preocupada por la marcha de la empresa. Su hijo mayor, que tenía treinta y cinco años, íntimo amigo de Alex, estaba al frente de la actividad internacional en la oficina de Londres, tratando de poner al día la red comercial, nuevos distribuidores, internet ….
Iba a tener que asumir ella nuevas responsabilidades, y pasar parte del tiempo en Londres a partir de septiembre.
—Si puedo ayudarte en algo, cuenta conmigo. Conozco inversores. Y canales de financiación industrial.
Mi compañía le venía genial para hablar porque se sentía un poco perdida y no podía hacer publicidad de que existían problemas en la bodega con gente cercana, porque Jerez era un pueblo y podría tener lobos encima enseguida.
—Como observé que te gustó Sanlúcar de Barrameda, cuando salimos en barco, te voy a llevar a cenar allí. Está a media hora y el ambiente nocturno es muy agradable.
Hicimos el trayecto por “Carretera de Las Viñas”, una comarcal por la que tardaríamos algo más, pero nos permitiría ver un paisaje poblado de pagos, muchos de ellos, con años de historia unidos a preciosas construcciones, algunas bien conservadas y otras en proceso de abandono.
Disfrutaba hablando de vinos, de pagos, de bodegas. Cuando alguien habla de lo que le apasiona, su cara suele reflejar esa pasión. Macarena entre vides, era la criatura más apasionada que conocía. ¿Debería dejarla esta noche que me hablara de viñedos para que despertara su pasión?
—¡Tiempo! —grité— Estoy saturado Macarena. Espero que no me examines esta noche de pagos y bodegas.
—Perdona Pablo, cuando hablo del vino, me excedo. Te prometo que te lo compensaré —dijo con una sonrisa maliciosa.
Llegamos pronto a Sanlúcar, y paseamos por las calles del pueblo, frente al Palacio de los duques de Medina Sidonia, ya cerrado, que prometió enseñármelo en otra visita y contarme toda la historia de la familia que estaba muy arraigada con la zona, en viñedos y con el puerto.
Me tenía embobado, llegamos al paseo frente al Guadalquivir, a tiempo de ver el atardecer, la puesta de sol sobre el Atlántico.
—Esta noche no quiero que nada externo nos afecte, espero que pienses que te ha merecido la pena quedarte.
—Vine a ser tu príncipe. Y combatiré contra el dragón si es necesario. A partir de este momento, empieza el cuento. Érase una vez…
—Una princesa que salía de un sueño triste y empezó a ver la luz…
Macarena podría haber sido actriz en Hollywood. La elegancia que desplegaba a su alrededor parecía que formaba parte de una corte europea. Le pedí que eligiera ella menú. Unas entradas ligeras y un pescado para compartir.
—No dejes que se vaya esta magia que nos rodea, Pablo —suplicó más que pidió.
—Traigo un aceite especial para engrasar tu motor de caricias.
—Aún tengo la sensación de no ser libre del todo, que aún le debo no sé qué a mi marido. Tu edad me frenaba, como si fuera pecado. Pero tu personalidad, tu caballerosidad ... y lo guapo que eres, me atraen hacia ti.
Al dirigirnos al coche, me cogió del brazo. Nos miramos, nos besamos. En esa zona apartada, le di la mano y así, en silencio, mirándonos, nos lo íbamos contando todo. Me dejó las llaves, en señal de «me pongo en tus manos». Una vez en el coche, no dejaba de tocarme. Pasaba la mano por la cara, por mis brazos, bajó a la pierna y cuando se percató, la retiró rápidamente.
—Perdona … no quiero sobre activarla. Tiene que actuar esta noche.
Le cogí su mano. La acerqué a mi pierna y la dejé allí.
—Déjala ahí, me encanta sentir tu transformación
Al llegar al chalet, abrió las puertas del acceso de vehículos desde el coche. La casa era grande, en una sola planta, salvo un pequeño mirador en forma de torre, en el piso superior desde el que se podía ver el tráfico de barcos por el horizonte.
Aparqué dentro de la parcela sin llegar a meterlo en el garaje. Me cogió de la mano y fuimos a la parte de atrás. El frondoso arbolado y los muros de separación mantenían la privacidad del jardín donde estaba la piscina.
—¿Quieres tomar algo? —preguntó en su papel de anfitriona.
Dudé un instante, no me apetecía beber alcohol. Hacía tiempo que no ponía a prueba mi capacidad masculina. A mi edad, no me veía teniendo que recurrir a la química. Aunque, pensando que era farmacéutica, estaría en buenas manos.
—Si, a ti.
Se quedó callada e inmóvil. Dudaba como responder a esa petición mía. Se decidió.
Bajó los cordones de sus hombros, alzó los brazos y sacó por encima de ellos el vestido que se quitaba por segunda vez en mi presencia hoy. Su pecho precioso encarcelado en un precioso sujetador negro calado, haciendo juego con una braguita que a duras penas tapaba nada. No por conocido dejó de admirarme ver ese ese cuerpo desnudo.
—¿Te gusta el plato? Eres mi invitado … sírvete.
Logré vencer mi parálisis inicial y la abracé besándola esta vez con toda la pasión que el momento requería, percibiendo su entrega, doblegadas sus defensas, mientras yo trataba de recorrer todo el cuerpo con mis manos.
Bajé mi boca por su escote hasta encontrar sus ligeros pechos, que mis labios extasiados recorrieron despacio, jugando con su areola, y sintiendo su cuerpo estremecerse. Ella se dejaba llevar hasta que decidió participar activamente.
—Yo quiero también algo de ti.
Nos sumergimos en la piscina jugando a comernos todo con sabor a cloro. Nos abrazamos, nos besamos, le comí su pecho, la llevé a la zona donde podíamos estar de pie, y la subí al borde de la piscina.
Saboree su cueva, sedienta de saliva. Ella apretaba mi cabeza, empujando hasta que mi lengua entró completa. Cuando le vino el orgasmo su cuerpo se convulsionó y cayó a la piscina. La abracé y la besé con dulzura.
—Sabes que nunca me había bañado desnuda, contigo me están ocurriendo muchas cosas que son nuevas en mi vida, es como que existía otra Macarena dentro de Macarena que está saliendo a la luz.
—Como una matrioshka rusa. ¿Cuántas me quedan por ir abriendo?
—Ni yo misma lo sé. Me gustaría que solo fuera ésta y que solo existiera para ti — dijo con tono de entrega—. ¿No pensarás rematarme aquí en el agua? Después de un coche, y de una bodega, en una piscina. Los jóvenes estáis hechos a todo, pero yo soy de la generación de las camas.
Subimos a la habitación de invitados donde dejé mi bolsa de viaje. Me pidió unos minutos que pensé que serían para ir al baño e hice lo mismo yo también.
Me llamó enseguida para que fuera a su habitación. Al ver lo que había preparado, creí recorrer el tiempo y entrar en un cuento de Aladino y la princesa Jasmine. Docenas de velas, formaban un círculo de fuego alrededor de todo el dormitorio, una música de valkirias sonaba. Y ella completamente desnuda en la cama sonriéndome como una diosa en su altar dispuesta a ser inmolada.
—No quería que te fueras sin hacerme el amor de una manera especial ¿Te gusta?
—Eres la diosa Maca, en ese altar que has preparado para que yo me ofrezca en sacrificio a ti. Me daría igual que fueras una abeja madre, y muriera después de copular contigo. Vivir esto, vale por toda una vida.
Cuando me acerqué a ella acariciándola, preparándola, elevando su temperatura emocional al punto de ebullición.
—No podía imaginar sentirme atrapada en los brazos de un chico tan joven.
—Tú eres como uno de los vinos reserva de tu bodega. Los de mejor bouquet.
—Contigo me olvido de que soy viuda, madre, y hasta de los problemas de la bodega.
—No te preocupes. Con lo que me has enseñado, déjame vendimiarte.
Recopilé en mi mente todo lo aprendido en el día y los recuerdos de la lectura del libro la Templanza. Desde hacía siglos plantar uva, recogerla y preparar vinos era un arte que había ido mejorando siglo a siglo. Macarena, al igual que Soledad, la protagonista de la Templanza, había sido dada en un matrimonio concertado, que, aunque a ambas les respetaron su libertad y las trataron con todo el respeto y cariño, Macarena debió renunciar a ejercer su carrera de farmacéutica.
Yo fui como Manuel Larrea que encontré en ella la templanza, una vid maravillosa, secular, pero de un pago desatendido y abandonado. Aporté cariño, dedicación. Pero el ingrediente principal para conseguir un buen vino es la pasión que los viticultores ponen en el proceso. Y en eso fuimos muy generosos.
Esa noche compartiendo una cena preciosa frente a la desembocadura del Guadalquivir, se confesó abierta a recompensarme por la intensidad con la que transmitía su amor al vino. Yo iba a recuperar para Macarena, los años en los que no recolectaron su valioso caldo.
Una vez leí que la mujer es un fruto al que hay que recoger cuando está en su justo punto de maduración. La conocí hacía tres días con una presencia increíble pero su esencia estaba semiseca. Y durante nuestros encuentros de estos días he conseguido recuperarla, humedecerla, que madurara aceleradamente. El proceso de medida del grado de alcohol que hicimos recorriendo la bodega, y el control de calidad a la que la sometí en la recepción de la piscina, me confirmaron que estaba a punto.
Elegí con mimo las mejores uvas de sus labios, las despalillé del racimo y de las hojas. Sus ojos me pedían que la estrujara, que aplastara toda la uva y sacara de ella el oro líquido.
Tomé sus pechos y los estrujé y estrujé. Abrí sus piernas para que el tractor que yo conducía entre las mías pudiera trabajar con soltura. Sentí el tiempo de sequía en esos campos faltos de agua y sobrados de sol. No era el momento de cosecha mecanizada. Había que volver al método tradicional. Aparqué la maquinaria pesada, cambiándola por la recogida manual. Introduje dos dedos en su bodega, con suavidad, sin prisa. Había toda una historia secular dentro de ella. Quité todas las telarañas que el desuso había generado, y llené de ilusión su corazón que comenzó a bombear caricias, relajando su vagina, hasta que llegó el momento en que la diosa, tras un ligero temblor, regó mi mano con su líquido.
—Me siento como una niña Pablo. Estoy en un estado intermedio entre la consciencia y el sueño. No me dejes despertar.
No teníamos prisa, dediqué mi atención a recorrer todo el pago, desde los pies hasta el cuello, en la cresta del cerro. Tenía que hacerla sentir de nuevo que era la dueña de la tierra, de la bodega y hasta de la comercialización. No sabía si este lecho podría ser incluido en el Marco de Vinos de Jerez, pero sin duda, la altura de los techos, la escasa humedad y la temperatura perfecta, hacían de ese escenario el mejor Marco que podríamos haber elegido para disfrutar de una noche tan especial.
Creí que ya estaba preparada para que su flor fuera recogida a lo grande. Me introduje con cuidado en ella, maniobrando hacia adelante y hacia atrás, hasta que abrió por completo sus piernas gimiendo y apretando sus uñas contra mi espalda, como signo de liberación. Sus piernas no es que se abrían, es que no llegaban a cerrarse. Tres veces más coseché en ellas. Había oído que el vino habla. ¿Y gemir? Debía ser el proceso de fermentación en que estaba inmersa Macarena, transformándose en un fino oloroso con un bouquet exquisito.
Con su bodega a reventar y con mi tractorcito renqueante, aunque aún no habíamos trabajado las ocho horas, decidimos acabar la jornada y recuperarnos tendidos, pegados nuestros cuerpos. Me sentía Dionisio el Dios griego de la liberación, a través del éxtasis y del vino, precursor del Baco romano. Había liberado a la Diosa a través del placer.
Me despertaron los primeros rayos de sol. La sorprendí repitiendo el guión de anoche, besándola, recorriendo su cuerpo desde sus piernas, hasta su boca, con parada en su coñito.
—Mmm que rico. —– exclamó sin abrir los ojos
Palpando mi cuerpo acariciándome, encontró mi tractor ya preparado para la faena, abriendo los ojos, sorprendida.
—¡Ya está listo! Eso está aún más rico.
—Si, pero no puedes quererlo todo seguido. Vamos a desayunar.
Como si llevara todo el verano en la casa, busqué por la cocina lo necesario, y le preparé el desayuno que subí al dormitorio.
—Pablo, ¿no puedes quedarte un día más? Siento, que, si te vas, perderé todo lo avanzado —dijo esperándome completamente desnuda, y transformada ya, en una mujer provocadora.
—Si me quedo un día más, no habrá quién me separe de tu lado.
Dejó la bandeja del desayuno a un lado, bajó mi pantalón de dormir, y se sirvió directamente.
—Espera, ya conozco tu habilidad con la boca. Déjame probar a mí de tu cáliz —le dije.
Como contorsionistas, nos giramos, y dejé que desayunara polla a pelo, mientras yo me regalaba una cata de ese coñito tan seco, que empezaba a recobrar la humedad. Recogí líquido de su pago antes de que ella venciera mis reservas, muy exigidas desde ayer.
Me alcé, en ese estado erecto en el que no deseas otra cosa salvo terminar corriéndote, con la intención de echarle dentro de ella el último polvo antes de irme. No había deseado a nadie más desde que me separé, me hacía llegar al cielo, solo con acariciarme. Cuando estaba a punto de meterla, se retiró lo suficiente para que no pudiera penetrarla.
—Prométeme que te quedarás otro día.
—Luego lo hablamos, joder Maca, déjame ...
—¡Prométemelo!
—¡Te lo prometo!
Entonces, cogió mi polla con sus manos, insertándosela, sin dejar de acariciarme los huevos, y todo el perímetro, acelerando un polvo al que llegué como Jacob a la herencia de Esaú. Cedí por un plato de lentejas, en este caso un plato exquisito.
—Acércame la bandeja, tengo hambre —se dirigió a mí, que aún no me había recuperado, sonriendo—. Voy a avisar a la bodega de que no voy esta mañana —y besando dulcemente mi polla, con una mirada copiada de algún vídeo erótico, sugirió—. Me apetece quedarme un día en casa sin salir.
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Reviewed by xx
on
julio 17, 2022
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